viernes, diciembre 29, 2006

Navidad, dulce Navidad (+audio)

Sigamos ahora con el impulso último que ha tomado este rincón de la lengua por acercarnos cada vez más a los más conocidos artífices pasados de nuestro castellano actual. Acordes con las fechas, hemos decidido meternos de lleno en la Navidad. Tiempo religioso por definición, seleccionamos unos pocos textos relativos a estos días de unos cuantos autores principales en lengua castellana. Siempre que podamos y tratemos un autor en ECA lo haremos jalonando el artículo de algún texto suyo; en esta ocasión, si queremos incluir un poco más, respetando el espacio máximo para cada artículo, hemos de reducir nuestra participación. El sonido que lo acompaña testificará sobre nuestra labor, y bien podría mostrarse a los niños, ponerse en las frecuentes y buenas reuniones familiares que abundan estas semanas o… disfrutarse en soledad. A mí sólo me queda desearles de corazón feliz Navidad, próspero Año Nuevo y agradecerle a Eva Pilar su colaboración en la versión sonora de este artículo, que es más compilación de textos que nunca.

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Quiero empezar por una breve pieza de uno de mis poetas favoritos: Juan Ramón (Moguer, 1881-Puerto Rico, 1958). Premio Nobel en 1956, es seguro que todos debemos perdonar a sus colegas contemporáneos quienes, algunos con reconocido nombre, nunca le perdonaron (y aun le ridiculizaron y acosaron) que no hiciese arte combativo, literatura política, en lugar de su “arte por el arte”, el arte desnudo, bello, sin más. Esta composición está sacada de sus “Borradores inéditos”. (Posición en sonido: 00:00)

Jesús, el dulce, viene...
Juan Ramón Jiménez


Juan Ramón JiménezJesús, el dulce, viene...
Las noches huelen a romero...
¡Oh, qué pureza tiene
la luna en el sendero!

Palacios, catedrales,
tienden la luz de sus cristales
insomnes en la sombra dura y fría...
Mas la celeste melodía
suena fuera...
Celeste primavera
que la nieve, al pasar, blanda, deshace,
y deja atrás eterna calma...

¡Señor del cielo, nace
esta vez en mi alma!

No podía faltar en esta pequeña relación un escritor puramente religioso. En un campo en el que España tiene el primer lugar práctico histórico, el misticismo cristiano, Juan de Yepes Álvarez, San Juan de la Cruz, (Fontiveros, 1542-Úbeda, 1591) se eleva como figura principal junto con Santa Teresa de Jesús, y nos ofrece este romance. Lo hemos escogido porque acaso pareciera que San Juan nos escribió esta composición en el siglo XVI (introduciendo la mala costumbre de convertir las bodas en transacciones comerciales –con el detalle de las joyas-, relacionándolo con el dolor del Niño del Nacimiento) para nosotros, los del XXI, donde la Natividad quizá se convierte en algo demasiado comercial, en exceso material y económico. (Posición en sonido: 00:44)

Romance del Nacimiento
San Juan de la Cruz

San Juan de la CruzYa que era llegado el tiempo
en que de nacer había,
así como desposado
de su tálamo salía,

abrazado con su esposa,
que en sus brazos la traía,
al cual la graciosa Madre
en su pesebre ponía,

entre unos animales
que a la sazón allí había,
los hombres decían cantares,
los ángeles melodía,

festejando el desposorio
que entre tales dos había,
pero Dios en el pesebre
allí lloraba y gemía,

que eran joyas que la esposa
al desposorio traía,
y la Madre estaba en pasmo
de que tal trueque veía:

el llanto del hombre en Dios,
y en el hombre la alegría,
lo cual del uno y del otro
tan ajeno ser solía.

El nicaragüense Félix Rubén García Sarmiento, Rubén Darío (Matagalpa, 1867-León, 1916), también estará presente en nuestra cita con esta bella e íntima
–como siempre en él- composición sobre los Reyes Magos de 1905 (posición en sonido: 01:30):

Los tres Reyes Magos
Rubén Darío

Rubén Darío–Yo soy Gaspar. Aquí traigo el incienso.
Vengo a decir: La vida es pura y bella.
Existe Dios. El amor es inmenso.
¡Todo lo sé por la divina Estrella!

–Yo soy Melchor. Mi mirra aroma todo.
Existe Dios. Él es la luz del día.
¡La blanca flor tiene sus pies en lodo
y en el placer hay la melancolía!

–Soy Baltasar. Traigo el oro. Aseguro
que existe Dios. Él es el grande y fuerte.
Todo lo sé por el lucero puro
que brilla en la diadema de la Muerte.

–Gaspar, Melchor y Baltasar, callaos.
Triunfa el amor, ya su fiesta os convida.
¡Cristo resurge, hace la luz del caos
y tiene la corona de la Vida!


Pretendíamos incluir aquí uno de los cuentos que Emilia Pardo Bazán (La Coruña, 1851-Madrid, 1921) escribió sobre la Navidad. Fueron más de quinientos cuentos los que la gallega escribió en su vida y, ni siquiera los dedicados a la Natividad, redujeron su duración normal y cabal, lo que nos impide recoger alguno ahora; queda la mención hecha, el reconocimiento cumplido y la admiración por esta mujer plasmada, creo, en estas líneas.

Acabemos con el más contemporáneo: mi paisano Gerardo Diego (Santander, 1896-Madrid, 1987). Miembro de la Generación del 27, obtuvo numerosos premios y reconocimientos literarios a lo largo de su vida (Cervantes, Nacional de Literatura, miembro de la RAE desde 1947…) y hoy nos deja, para acabar, con este “¿Quién ha entrado en el portal de Belén?” (posición en sonido: 02:27):

¿Quién ha entrado en el portal de Belén?
Gerardo Diego


Don Gerardo Diego¿Quién ha entrado en el portal,
en el portal de Belén?
¿Quién ha entrado por la puerta?
¿quién ha entrado, quién?.

La noche, el frío, la escarcha
y la espada de una estrella.
Un varón -vara florida-
y una doncella.

¿Quién ha entrado en el portal
por el techo abierto y roto?
¿Quién ha entrado que así suena
celeste alboroto?

Una escala de oro y música,
sostenidos y bemoles
y ángeles con panderetas
dorremifasoles.

¿Quién ha entrado en el portal,
en el portal de Belén,
no por la puerta y el techo
ni el aire del aire, quién?.

Flor sobre impacto capullo,
rocío sobre la flor.
Nadie sabe cómo vino
mi Niño, mi amor.

viernes, diciembre 22, 2006

“Del interrogatorio de las partes”

En el presente artículo, que relata una situación ocurrida en un juicio real, se han omitido nombres y las preguntas que se trascriben han sido modificadas. A pesar de no existir obligación legal alguna al respecto, el autor ha preferido presentar de este modo el caso, preservando el anonimato de los funcionarios interventores, defensores, los representantes legales y las partes de un conflicto entre personas físicas y jurídicas estrictamente privadas.

El otro día tuve que presenciar un juicio. Era un juicio “ordinario” no sólo por la clasificación que de él hizo la justicia, sino por el tipo de gente que, en un caso, lo llamaban “demandado”, con desagradable voz nasal y evidentes faltas de educación –nótese que no hablo de su representante legal, afortunadamente, pues hubo que escucharlo más que al “demandado”-. Creo que, sin pretenderlo, este artículo (cuya idea me sobrevino en aquella sala del juzgado) se va a convertir en un predecesor para un pequeño vuelco con temática judicial que preparo para el formato habitual de “El castellano actual” una de estas semanas. Pero tiempo al tiempo.

Fíjense que, en un momento determinado, la juez interrumpió el cuestionario que una de las abogadas estaba llevando a cabo; le exigió que “reformulase” la pregunta, haciéndola “en afirmativo, acorde con lo que dicta la ley”. La letrada sólo había pretendido cuestionar al demandado por la(s) razón(es) de no haber procedido a la ejecución de una mudanza, mediante su empresa, el día y la hora pactados con el demandante. La pregunta fue un simple: “¿Por qué faltó a su compromiso de realizar la mudanza de mi cliente como habían pactado?”. Según lo que pudimos oír, a la juez le valía cualquier tipo de pregunta que empezase con “¿Es cierto…?”, así la cuestión estaría formulada en “sentido afirmativo”, si empezaba por “¿Por qué…?”, entonces no; ¡claro! con esas, es complicado preguntar por las razones para no hacer algo sin aventurar una hipótesis. Pruébenlo: “¿Es cierto que faltó a su compromiso…?”, no queremos preguntar eso… queremos interrogarle por las razones de no haber hecho la mudanza… ¿”Es cierto que faltó a su compromiso porque… se le puso de las narices / se le olvidó / estaba viendo la tele / tenía que rezar mirando a La Meca / es contrario a sus creencias el trabajar un lunes?”…

El interrogatorio de las partes en aquel juicio se regía por la “Ley 1/2000, de 7 de Enero, de Enjuiciamiento Civil”; en su capítulo VI (“De los medios de prueba y las presunciones”), su sección I se titula “Del interrogatorio de las partes” y el artículo 302 –dentro de ésta- es el Contenido del interrogatorio y admisión de las preguntas, cuyo primer punto reza:

“Las preguntas del interrogatorio se formularán oralmente en sentido afirmativo, y con la debida claridad y precisión. No habrán de incluir valoraciones ni calificaciones, y si éstas se incorporaren se tendrán por no realizadas.”

De manera generalmente aceptada, son las oraciones enunciativas las que tienen sentido afirmativo (como en “La ley está deficientemente redactada”) o negativo (por ejemplo “La relación de los juristas con la lengua no es demasiado fluida”). Suelen ser los adverbios los que marcan la diferencia. Un “no”, “nunca”, “jamás” etcétera convierten una válida –para el sistema judicial español o esta juez- sentencia afirmativa en una perniciosa, tendenciosa y maliciosa oración negativa. No toda la crítica acepta más clasificación para las oraciones interrogativas que “directas e indirectas” –que nada tiene que ver con lo que aquí hablamos-, sin embargo, en cualquier caso, la relevancia de que estas oraciones pertenezcan al “género” afirmativo o negativo, debería relativizarse, porque si no, un sencillo “¿Por qué el conejito siempre comía hierba?” se convierte –según el magistrado de turno- en una pregunta contraria a la ley. La versión negativa de esa misma pregunta –no su contraria- sería “¿Por qué nunca el conejito no comía hierba?”… vaya animalada (con doble negación, que es afirmación, en español).

El hecho es, pues, que para hacer una pregunta con la que esa juez se sintiese cómoda, y cuestionar, como era la intención de la letrada, por motivos, no por hechos absolutos –“sí o no”, como en “¿Metió usted al conejito a la cárcel?”-, no se podía hacer de otra manera que no fuese avanzando una hipótesis (recordemos nuestros ejemplos de la tele, La Meca y tal…), es decir, valorando y contradiciendo la segunda parte del artículo 302 que hemos trascrito ¿no?.

Lo que la ley -o el legislador, mejor dicho- quiso decir es que no debía confundirse al compareciente, normalizando las preguntas que se puedan así formular, en afirmativo. La pregunta “¿Por qué faltó a su compromiso de realizar la mudanza…?” habría de ser perfectamente legal y el punto del artículo 302, para evitar equívocos, debería quedar así:

“Las preguntas del interrogatorio se formularán oralmente en sentido afirmativo, cuando su construcción no entorpezca de manera objetiva su entendimiento y con la debida claridad y precisión, evitando la confusión al interrogado”.

Y es que aunque la jueza no tuviese razón si le consiguiésemos hacer ver que hay oraciones legales que empiezan por “¿Por qué…?”, ¡anda que no es mejor a pesar de su sentido negativo “¿Por qué demonios no hizo la mudanza pactada?”, que “¿Por qué faltó al compromiso pactado con mi cliente relativo a… ¡yo que sé lo que estaba preguntando!…?”.

Si la iniciativa “pindio” llega a buen fin, quizá nos animemos a promover la modificación de la ley 1/2000, pero eso será otra historia… muy distinta… (por si acaso, no lo tomen muy en serio).

viernes, diciembre 15, 2006

Animaladas (+audio)

Vamos a intentar ahora algo distinto. Sea porque los críos están de vacaciones por las fechas, porque veo el tema curioso y poco tratado, o… por lo que sea, vamos a hablar, en forma de narración breve, de los distintos nombres que reciben las acciones de los sonidos de varios animales. ¿Se acuerdan del típico “el perro ladra, el gato maúlla…”? Esto será igual pero con verbos… algo más desconocidos. Además, lo completamos con su versión sonora para poder escuchar a los animales de la historia… ¿vamos a ello?

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Todo el grupo estaba alerta; la frondosidad del bosque dificultaba en mucho su labor pero nadie se daba por vencido. Era su trabajo y lo iban a acabar, bajo cualquier circunstancia. El problema no eran solo los árboles y su espesura, si no la enorme cantidad de pájaros que habitaban allí, que formaban parte de la colección del zoo y que, aunque estando en su sitio, no les dejaban oír en condiciones lo que les interesaba. De todas las especies escapadas sólo habían recuperado a tres, pero el sistema que seguían, gracias a Tobías, era infalible. Por mucho tiempo que les llevase, acabarían encontrando a todos los animales y devolviéndolos a sus jaulas. Salva, el encargado del equipo informático, recibía y localizaba las señales acústicas más lejanas y, de manera inalámbrica, se las transmitía a Tobías, amplificadas. Así, el grupo comandado por el experimentado Javier había capturado ya a las grullas –gracias a que las oyeron gruir-, a la perdiz –cuando captaron su cuchichiar primero, titear después para llamar a sus polluelos y ajear o serrar al fin cuando se vio acosada- y a la pareja de gamos –siguiéndoles por su roncar, pues oyeron al macho llamar a la hembra, y luego balar o gamitar-.

El zoo era la única colección animal urbana del mundo que tenía tal extensión de bosque en su interior, capricho de su fundador, que había hecho que llamasen al equipo de Javier tras la acción de los vándalos que permitieron a los pobres bichos escaparse la noche anterior. El experimentado aventurero contaba en su equipo con cinco personas más –aparte de los básicos Tobías y Salva- que se encargaban de la neutralización de los animales (bien con dardos, a la fuerza, redes, trampas y demás artilugios, diseñados todos para infligir el mínimo daño a las especies, bien con Tor, el listísimo pastor alemán). No hizo falta ninguna tecnología, ni ningún sistema de captura complicado cuando escucharon, a menos de cien metros, lo que Tobías identificó, tras su amplificación, como el roznido del asno, o lo que en Galicia, León y Zamora llaman también ornear. Poco después, gracias a los aparatos y la pericia de Salva, pudieron dar con el cuervo, siguiendo su grajear, crascitar, croajar o urajear.

Era cerca del mediodía y el grupo paró junto al lago para descansar cinco minutos. La disciplina era férrea y todos la seguían a rajatabla. Se diría que, desmontando mochilas y posando herramientas no hicieron ni un solo ruido. En el silencio del bosque, roto solo por el ruido del agua, Tor empezó a latir. Detectó un sonido que Salva pudo amplificar para Tobías. Era la cigüeña, crotorando con su pico. En siete minutos fue localizada, neutralizada y enviada al centro receptor provisional. Javier, haciendo gala de su fama de serio y firme, ganada a pulso, presionó con un par de charlas personales a sus hombres –una de ellas con Salva, al que le pidió “el 110%”-. Pero el equipo, por orgullo y lealtad con Javier, sólo pudo capturar cuatro especies más antes del anochecer. Al pato lo siguieron por su parpar, a los loros por su garrir y a los tres pavos cuando uno de ellos titó, llamando a los otros dos. La vaca y el ternero fueron fáciles, Salva los detectó a tres kilómetros de su posición, ambos remudiaban constantemente para encontrarse, entre árboles, completamente fuera de su hábitat natural. Y así, sin descanso en su labor… llegó la noche.

Si no fuese porque sólo quedaban tres animales y porque estaban absolutamente metidos y comprometidos en su trabajo, a ninguno de los ocho hombres les hubiese extrañado el siguiente sonido. Y no les hubiese extrañado porque acaso pareciera sacado de la mente de cualquier escritor o novelista amigo de tópicos e imágenes comunes: a pesar de la luna llena, a lo lejos, encima de una pequeña colina, quizá su figura no se distinguía bien a simple vista, pero antes de que los sistemas de amplificación de imagen del equipo entrasen en juego, Tobías emitía el juicio:

-En efecto, dos de los machos de la manada de lobos, otilando.

Lo que era lo mismo que “aullando” o guarreando (verbo que se puede usar también para el gruñido del jabalí o el grito de cualquier otro animal, según dijo, en menos palabras, Tobías). Los datos eran claros, la manada la componían siete lobos. Era una de las presas más difíciles y aunque solo hacía un día que no comían –que supieran- y no eran del todo salvajes –todos salvo dos habían nacido en cautividad-, con los lobos uno nunca ha de fiarse. Quizá por eso Javier asignó a aquella colina, en previsión también de lo que faltaba por capturar, tres hombres. Los cinco restantes irían en dirección contraria, por donde Salva acababa de informar que le había parecido captar algo.

Diez minutos más tarde, el animal que tenían todos en mente en el grupo principal, el que Salva había declarado, con el apoyo de Tobías, haber escuchado, les hacía abrir los ojos, si cabe, el doble. Sólo faltaba resolver su asunto con los lobos, una pareja sobre la que ya creían estar y otro bicho más… ¿se podrían ir a la cama esa misma noche?. Javier, preocupado por sus hombres, iba a iniciar una silenciosa comunicación por texto con el subgrupo de los lobos, para preguntarles por su evolución cuando, elevando la cabeza que había bajado para rebuscar en el bolsillo delantero su intercomunicador, fue a dar con los ojos, abiertos como platos, mezcla de ilusión y temor, de Salva. Vio como éste, eléctricamente, apretaba el botón que le transmitía el sonido a Tobías, quien, sin poder remediarlo, gritó:

-¡La pareja de elefantes! Es el barrito de uno, sin duda. ¡Creo que está asustado…!
-¡A tres kilómetros y medio, y avanza rápidamente en dirección contraria a nosotros! -completó Salva
-¡Está huyendo, tras él! –gritó Javier
-¡Espera! –cortó Salva- Detecto otra forma en nuestras inmediaciones, posición sureste a un kilometro… movimiento… contrario al del primero… ¿qué hacemos?
-¡Eduardo, John, sois los más ligeros, tras el primero!¡Salva, apóyalos en el rastreo!¡Nosotros, Tobías, con Tor, a por la pareja!¡Vamos! –ordenó enérgicamente Javier.

Tres de los hombres salieron rápidamente en la dirección detectada. En ese preciso instante Javier recibió una relajante comunicación del subgrupo de los lobos:

“Todos los otilantes animalitos durmiendo y empaquetados para el centro, sin bajas ni heridos, hombres o bichos”.

La respuesta ordenó dejar a los lobos en el lugar previsto y volver cuanto antes a apoyar al recién creado subgrupo de Javier y Tobías que, según les decía, perseguían a uno de los elefantes.

Ahora les faltaba Salva, pero según él, el elefante al que perseguían estaba más cerca. Tor era más útil en la pelea que en el rastreo, aún así olisqueaba todo junto a lo que pasaban. Quince minutos después la selva había vuelto a quedarse en su particular silencio nocturno –que no es sino el sonido de la jungla de noche-. El subgrupo de los lobos, según el mapa digital de Javier, estaba ya a unos tres minutos de camino. Uno de ellos tenía una herramienta similar a la de Salva, de menor potencia, con la que podrían buscar al elefante que les burlaba. Fue entonces cuando Javier volvió a recibir otro mensaje de texto, siguiendo su protocolo, esta vez, de Salva:

“Según avanzamos hacia nuestro elefante descubrimos por el norte otra forma. Era su pareja. No huía de nosotros, iba a encontrase con ella. Ambos están a buen recaudo, hemos pedido transporte. No hay bajas ni lesiones, ni bichos ni hombres”.

Pero, entonces ¿qué había en sus inmediaciones?, el animal que Tobías y él estaban buscando a solas ¿no sería… el último, no sería… la pantera?. Javier y Tobías levantaron a la vez la cabeza del intercomunicador, tras leer el mensaje, mientras, sin quererlo, escucharon el sonido. Tobías confirmó:

-Quieto… Sí, es ella, la hemos escuchado himplar. Javier… ¿sabes que está detrás de nosotros, verdad?

El subgrupo de los lobos apretó la marcha, habían escuchado gritos y peticiones de paso ligero de su jefe. Cuando llegaron la sorpresa fue mayúscula. A la vista de Tobías, Javier, Tor, la pantera y lo que allí había sucedido, dos cayeron al suelo y el tercero gritó. Todo había acabado. Por fin podrían descansar. La pantera había saltado a por ellos. Tor, Javier y Tobías habían reaccionado de manera rápida e instintiva: el primero mordió y tiró de una de las patas traseras, impidiendo crucialmente el ataque del felino; Javier no llegó a evitar a Tor un zarpazo de la pantera (que, si bien no le hizo soltar a su presa, si que le hizo gañir, al pobre perro) pero sí, tras eso, a inmovilizar la cabeza del felino con sus brazos, mientras Tobías le había hincado un dardo sedante manual en la tripa, todo de manera simultánea.

Ninguna baja. Ningún herido. Bicho o humano.

viernes, diciembre 08, 2006

Ramón Gómez de la Serna

Don Ramón Gómez de la SernaSiguiendo con nuestras vidas de literatura, vidas que fijaron y lucieron el castellano, vamos con Ramón Gómez de la Serna. Es una figura fundamental de la Generación del 14, como Ortega y Gasset, Ramón J. Sender o el gran Juan Ramón. Hoy hablaremos de Ramón, a secas, como le gustaba que le llamasen. Nació en Madrid el 3 de Julio de 1888. Su infancia fue la del hijo de un reconocido jurista, sin problemas graves conocidos y con un fácilmente adivinable primer brote de su futura personalidad: positiva, inquieta –sobre todo-, alocada y espontánea, excéntrica cultivada, surrealista para el realismo de observar, deducir e imaginar escribiendo. Como él mismo escribiría años después,

el niño grita: "¡No vale!"... "¡Dos contra uno!", y no sabe que toda la vida es eso: dos contra uno,

porque:

son molestas las medicinas en cuyo prospecto nos llaman "adultos"

y:

cuando anuncian por el altavoz que se ha perdido un niño, siempre pienso que ese niño soy yo.

¡Vamos con Ramón y su obra!. El Novecentismo o Generación del 14 supuso uno de los primeros grupos importantes de artistas e intelectuales del siglo XX en España. Al contrario que la anterior generación (la del 98), volcada en España, sus problemas radicales e “intrahistorias”, Ramón, sus colegas del Café Pombo y sus contemporáneos, miran hacia Europa. Y así como Ortega encuentra a Kant o Heidegger, Ramón halla el surrealismo en Francia, siendo el máximo exponente con Valle-Inclán, primero de su entrada en España y, segundo, de su ejercicio en nuestro país desde entonces. El Novecentismo prepara el ejercicio de los llamados “ismos” a partir de la década de 1920, movimientos culturales y artísticos más o menos efímeros (salvo en contados casos) que buscan la innovación y la revolución en las formas de expresión artística. Es en esta época en la que, por ejemplo, se generaliza el plano gráfico en la literatura (con el uso de dibujos y disposiciones caprichosas de los versos de una poesía, pongamos por caso), en la que la modernidad y las máquinas protagonizan textos o en la que una obsesión por la innovación, partiendo de cero, hace cuestionar la existencia misma del arte y la literatura.

La tertulia del café de Pombo, de José Gutiérrez Solana (1920). Gómez de la Serna está de pie. Es el retrato prototípico del Novecentismo. Museo Nacional Reina Sofía, Madrid En ese revuelto contexto –y eso que no hemos hablado de la situación política-, Sigmund Freud abre la veda del “yo” interior, animando –consciente o inconscientemente- a su expresión, su liberación. Ramón recibe el mensaje alto y claro y, como todos, esclavo de su tiempo, quita las vallas de su mente, inventando la greguería. Quién sabe qué Dalí o qué Buñuel hubieran existido de faltar Ramón y su obra. Humor absurdo –surrealista, claro-, ora trascendental y de sonrisa con lágrima, ora caprichoso y prescindible, además de condensado. Así,

el libro es un pájaro con más de cien alas para volar,

o

el de los platillos espera, con uno en alto, la orden de la batuta para despertar a los que se han dormido,

e, incluso:

el lector, como la mujer, ama más a quien más lo ha engañado.

Seguro que ese carácter inconformista, excéntrico y ácido fue determinante para permitirle ser uno de los tres miembros no franceses de la Academia del Humor (con Charles Chaplin y el italiano Pitigrilli –Dino Segré-). El humor culto fue una constante en su vida y aunque escribió novelas (El Incongruente, La Nardo, El chalet de las rosas, El torero Caracho, etc.), teatro (Los medios seres, El doctor inverosímil) y biografías destacadas (Goya, Quevedo, Valle-Inclán, etc.), pasó a la Historia por sus greguerías, miles de pequeñas composiciones humorísticas (“desenfadadas”, cuando menos) o simplemente ingeniosas, asociando ideas, revelando surrealistas metáforas, como:

al calvo le sirve el peine para hacerse cosquillas paralelas,

o

el manco de los dos brazos se quedó en chaleco para toda la vida,

y

un jorobado parece un humorista que se burla de nosotros que no nos podemos burlar de él, porque seria innoble.

Tras la guerra civil, Ramón se exilia voluntariamente a Argentina. No fue muy activo políticamente, ni especialmente significado por su apoyo a ningún bando, aunque el hecho de que, sin razón aparente, saliese de España para no volver hasta su muerte más que esporádica y brevemente, hable bastante claro. No fue político. Como buen novecentista buscó el arte por el arte –actitud que injusta e insidiosamente denigrarían y aborrecerían los de la Generación del 27- y la política no era para él, creemos, más que otra fuente de amargura. Y es que, mientras sentenció que

el capitalista es un señor que al hablar con vosotros se queda con vuestras cerillas,

contrapuso que

los socialistas son los que sólo saben que son socialistas,

dejó claro que

cuando oigo decir "la tea de la revolución", me parece oír "la tía de la revolución",

y, con más razón que un santo, estableció que

un político con cara de foca es un político ideal.

Muere el 13 de Enero de 1963 en Buenos Aires. Diez días después sus restos llegan a Madrid donde es enterrado en el Panteón de hombres ilustres de la Sacramental de San Justo, junto a otro grande, enorme: Mariano José de Larra.

En el prólogo de la edición de 1960 a sus Greguerías, se ve a un anciano Ramón confesando y buscando un último reconocimiento, descubriendo mejor que nadie –lógicamente- la génesis del género… de su género:

Desde 1910 –hace cincuenta años– me dedico a la greguería, que nació aquel día de escepticismo y cansancio en que cogí todos los ingredientes de mi laboratorio, frasco por frasco, y los mezclé, surgiendo de su precipitado, depuración y disolución radical, la greguería. Desde entonces, la greguería es para mí la flor de todo lo que queda, lo que vive, lo que resiste más al descreimiento. La greguería ha sido perseguida, denigrada, y yo he llorado y reído por eso entremezcladamente, porque eso me ha dado pena y me ha hecho gracia. Cuando se publicaron por primera vez en los periódicos, muchos lectores se daban de baja. "¡Cámbielas de nombre'.", me decía el director; pero yo me negué terminantemente. Las cosas apelmazadas y trascendentales deben desaparecer, incluso la máxima, dura como una piedra, dura como los antiguos rencores contra la vida. El encuentro con la greguería fue lo que me trajo la suerte. Gracias a las Greguerías he vivido, he conferenciado, he viajado, he tenido contraseña universal.

En realidad, me dedico a la greguería desde mi niñez, y al ama de cría ya le lanzaba greguerías. (…)

La cosa sucedió en el piso primero derecha de la casa número 11 de la calle de la Puebla, en la villa y corte de Madrid. Era un día aplastado por una tormenta de verano. Tenía hinchada la frente. Me asomaba al balcón y volvía a meterme dentro y a sentarme. Vivía aún don Jacinto Octavio Picón –secretario perpetuo de la Academia–, y yo estaba harto de don Jacinto Octavio Picón. Sobre mi mesa, las tijeras, abiertas como cuando los pelícanos abren el pico a los días de calor, estorbaban la idea. Las cerré. Por fin, en una última llamada del balcón, dándome un golpe contra la esquina del diván al salir a buscar lo que estaba entre cielo y tierra, encontré la invención de la "greguería". Sí... Yo quería decir, yo había pensado... recordando el Arno en Florencia... frente a aquella pensión en que habité... que... la orilla de allá... Sí, la orilla de allá quería estar a la orilla de acá... Eso, ese deseo inaudito pero real... Esa perturbación de la estabilidad de las orillas, ¿qué era?... Era... "una greguería", y me acordé de "esa" palabra que no sabía bien lo que significaba y fui al diccionario para ver lo que era...

Y ya siempre greguería será una cosa insustituible, de tal modo que si no se llama "greguería", será inútil que luche por ser "greguería", y además, los demás denunciarán al contrabandista y pronunciarán la palabra "greguería". He ahí un fenómeno y un misterio.

viernes, diciembre 01, 2006

“Charnegos”, “euscaldunas” y nada

Más por desgracia que por suerte, la lengua se mete en todos los lados. Y esto, entendiendo la lengua como sistema de comunicación y no como otra cosa, hace difícil centrar la labor de su estudio a un campo exclusivamente filológico o gramatical. Con ello, afortunadamente, este blog es un ejemplo. Sin querer, si hablamos de vocablos de origen árabe en castellano y tenemos algo más –poco más- que serrín en la cabeza, hemos de denunciar el mito existente a su alrededor. Si informamos de la falta de sentido de la expresiónviolencia de género”, buscando la razón de su extendido uso, damos, descuidados, con culpables políticos. Si queremos tratar someramente la figura de Mariano José de Larra, observamos tristes los paralelismos de los males nacionales que él denuncia con la actualidad. Y podríamos –ahora sí- por suerte o desgracia, seguir y seguir. La falta de serrín y la existencia de materia gris –leve- nos hace hoy, en fin, diferenciar las naturalezas de los nacionalismos españoles por alguna leve pincelada con vocablos de actualidad. A ello.

De manera general, en España, se tiende, en el discurso político de algunos de los ciudadanos declarados “de centro”, a la identificación de los tipos de nacionalismo existentes hoy en el país, con la siguiente coletilla: “todos los nacionalismos son malos/excluyentes/iguales”. También es el caso del discurso poco riguroso de sectores con marcada actividad política. Lo que sigue, un ejemplo, está sacado de “Rojo y Negro digital”, la versión electrónica de la revista de la Confederación General del Trabajo:


(…)es de nuevo la voz que reclama democracia sofocada y ninguneada por el supuesto debate “nacionalitario” en el que los nacionalismos periféricos y central mutuamente interactivan, se alimentan en una falsa dialéctica de contrarios donde los intereses sociales, expectativas y anhelos democráticos se ven sofocados, ninguneados…


Es decir, de manera generalizada, en nuestro país –España-, se ha extendido la “costumbre” de reunir en el mismo saco a los nacionalismos periféricos y al español, haciéndoles adolecer de los mismos males, en muchos discursos “de base”, “por definición”. Y ahora empezamos con lo que nos gusta: con motivo de la reciente elección de José Montilla como Presidente de la Generalidad catalana, la palabra “charnego” ha ocupado y abierto titulares e informativos, revistas y boletines. Con un medio en el catalán “xarnego”, esta palabra proviene de “lucharniego” y, antes, de “nocherniego” –hoy castellano actual-, por el que anda/andaba, supuestamente, de noche. La palabra catalana es usada, en la mayoría de las ocasiones de manera despectiva o, cuando menos, diferenciadora, para calificar a los catalanes no nacidos en Cataluña. Como dato, añado que “charnego” entra en el DRAE, como español, en la edición de 1983.

Por otro lado, en el País Vasco, el nombre común “euscalduna” –lo damos castellanizado- es utilizado también para separar personas, clasificando a aquellas que hablan el vascuence; en principio no tiene un carácter tan despectivo como “charnego”, pero en la práctica diaria, se utiliza como arma vocal, que lo he vivido. Hasta donde sé, no conozco ninguna palabra en gallego asimilable a la conducta que hace usar estas dos anteriores; como en español. Escrito del flamante Presidente “charnego” de Cataluña, en el diario El País, del 14 de Julio de 2003, metiendo todos los nacionalismos en el mismo saco:

José Montilla
(…)Frente al patriotismo se alza normalmente otro patriotismo de distinto signo, como lo demuestra la retroalimentación de los discursos que oímos día sí y otro también de los dirigentes de los nacionalismos periféricos o los dirigentes del rancio nacionalismo español. En estos discursos de confrontación, ambos encuentran un lugar común para enfrentarse. Se huye del diálogo y del compromiso. Se busca la confrontación para jalear a los partidarios de unos y otros…


Diferenciemos en nuestro campo, pues. El castellano actual no tiene nombre o adjetivo para el español nacido fuera de España
–cuando uno se convierte en español, lo es, sin atender a su sangre-, como no tiene palabra para el que no hable español. Observando objetivamente la Historia, las razones de la forma de pensar que hace que una parte de un pueblo se sienta cómoda incorporando a su vocabulario fórmulas de distinción gratuitas y artificiales tienen origen en la política llevada a cabo por una minoría. Estos, aprovechando las debilidades de la Constitución de 1978 y recogiendo la joven corriente interrumpida por el franquismo, vampirizan la política española, coartando su natural orientación nacional y convirtiendo en Ministro de la nación –primero- y Presidente de una Comunidad –después- a un hombre sin estudios superiores, aún sospechoso en un escándalo que mezcla tratos de favor de una entidad financiera con políticas gubernamentales de absorción de empresas energéticas.

No se nos escapa que nuestra herramienta –la lengua- se mete por todos los recovecos, pero no siempre sirve para analizar en profundidad. Hemos visto un indicio que nos ha cuadrado con la Historia y así lo hemos plasmado, pero sólo la política puede hablar con soltura de política y ahí, de momento, me pierdo. Las dos palabras (charnego y euscalduna) son testigos de la forma de ser del verdadero nacionalismo pernicioso: el que odia lo de fuera, el que está permanentemente enfrentado al exterior –en el caso catalán/español y vasco/español, el exterior inmediato-.

Se puede argumentar –con parte de razón- que, en mayor o menor medida, todos los idiomas tienen calificativos más o menos despectivos para algo de lo de fuera. Se me viene a la cabeza el sustantivo “gabacho”, para denominar a los franceses. No nos meteremos en la observación de los actos, a lo largo de la Historia, dedicados a España –incluida Cataluña y País Vasco- por parte de los vecinos del Norte; solo nos quedamos con un dato: las malas relaciones humanas se dan y el lenguaje responde, pero la diferencia entre una actitud y otra es, simplemente, calificar a un grupo de gente de manera despectiva (“gabacho”) o denominar de manera peyorativa… al resto del mundo.

Catalán, vasco y castellano; “charnego”, “euscaldún” y nada.

viernes, noviembre 24, 2006

Mis palabras curiosas

Todos tenemos alguna palabra que nos resulta curiosa. Quizá su sonido, su origen o lo que tiene detrás, provoca en nosotros cierta hilaridad o, al menos, una leve sonrisa. En el presente artículo, he recogido alguna de las mías. Si son de su gusto, hágamelo saber, otro día le contaré más…

Con la relectura de Alatriste (tras la última marea de actualidad que han tenido los libros) recordé la existencia de una palabra de la que Arturo Pérez-Reverte parece gustar y que es la mar de graciosa: pisaverde. Según el DRAE es “hombre presumido y afeminado, que no conoce más ocupación que la de acicalarse, perfumarse y andar vagando todo el día en busca de galanteos”, lo que supone ese tipo de palabras certeras que existen porque hay un concepto muy, muy común que necesita denominación. Su mejor sinónimo le he encontrado en Mesonero Romanos: “lechuguino”. Ese hombre excesivamente dedicado a su apariencia y sin ocupación conocida… ¿cómo se llama? Ya lo tenemos claro. Que me conste, es Don Ramón Mesonero Romanos (1803-1882)palabra documentada por primera vez en 1605 –siglo de oro ¡cómo no!- en “La pícara Justina” de Francisco López de Úbeda. Tras él, nombres de la literatura tan importantes como Benito Pérez Galdós (en “Rosalía” y “La corte de Carlos IV”), Benito Jerónimo Feijoo (en su “Teatro crítico universal”), Baltasar Gracián (en la segunda parte de “El Criticón”) y don Ramón María del Valle-Inclán (en “La corte de los milagros”, “La hija del capitán” y “La marquesa Rosalinda”) lo han usado.

Lo mejor de todo es el desconocimiento general de muchas de estas palabras curiosas. Ahora sabemos que podemos llamar “pisaverde” a uno, con una sonrisa en nuestra boca y que se dé, incluso, por halagado el metrosexual desocupado… La modernidad nos trae hombres que se ocupan en demasía de su aspecto físico y falta de tiempo, vivir deprisa. Ello nos obliga, en muchas ocasiones, a procrastinar tareas. Existía en latín (procrastinare –del griego, vía latín pro, “hacia delante” y del latino cras, “mañana”-) pero la RAE sólo lo recoge en su diccionario desde 1989 (“diferir, aplazar”). La razón es que nos ha sido devuelto –el concepto y la palabra- por el motor original del mundo occidental actual: la cultura anglosajona (procrastinate). Es exactamente el mismo caso que en el de los cursos de postgrado, “másters”; el latín (magister) se olvida en español, lo recuperan los ingleses/americanos (master) y se regresa a nuestro idioma (máster). Hoy en día “procrastinador”, en ciertos ámbitos, comienza a tomar el sentido de “vago”, “perezoso”, pero lo cierto es que, etimológicamente, se puede procrastinar una tarea por cualquier motivo, incluido el cada vez más común: que materialmente no nos dé tiempo en nuestra absorbente jornada laboral. El verbo tiene difícil sinonimia si no es con una perífrasis, así que ya sabe: “procrastine –para mañana- lo que no pueda hacer hoy”…

También existen, no crea, palabras curiosas con un origen que puede llamar a error. En el norte de España le mirarán raro –aquí es “palometa”-; de Madrid para abajo lo tienen asumido y en levante –proviene del Mediterráneo- se les asemeja a su “castañola”. Pida japuta con tranquilidad en la pescadería, ¡hombre!. La razón de ser del nombre del pez no está en el carácter osco y embrutecido que algunos adjudican a los pescadores (y a una supuesta dificultad por pescar este pez, o algo parecido), ya que “japuta” proviene del árabe hispánico “sabbúta” y este del arameo. No insultamos nadie, pues, los pescadores pueden ser perfectamente licenciados en paro y usted no se ha de sonrojar: es uno de los escasos vocablos españoles de origen árabe que aún está en uso.

Creo que era una película o una serie de televisión reciente la que contenía una línea en la que su personaje venía a decir que no sabía qué le daba más miedo, si que existiese una situación o tener una palabra para describirla. Sinceramente y costándome algo de trabajo escribir ahora por la sonrisa… es el caso de prognato. Con todo el respeto del mundo a prognatos y prognatas y todo el que sufra de prognatismo en general, es, según el DRAE, “dicho de una persona: que tiene salientes las mandíbulas”. Aparece felizmente por primera vez hacia 1900 y es palabra del griego pró, “hacia delante”, y gnáthos, “mandíbula”. Le dejo para su juego personal –o en familia, mejor- el buscar un sinónimo (que no recoja el diccionario, que es más divertido y posible) a “prognato”.

Como alguna otra voz del “español tropical” guayabera suena de manera “juguetona” en el oído peninsular. El hecho es que el trasfondo de este vocablo tiene tela… Originariamente, la “guayaba” es el fruto del guayabo. De ahí derivó, en América, hacia una “mentira”, un “embuste” y, en El Salvador, a la memoria eficiente, la capacidad de retentiva. Una guayabera es una mujer, sólo en algunos países de América y las Antillas, mentirosa, no de buena memoria. Además, la segunda definición de guayabera es “prenda de vestir de hombre que cubre la parte superior del cuerpo, con mangas cortas o largas, adornada con alforzas verticales, y, a veces, con bordados, y que lleva bolsillos en la pechera y en los faldones”. La evolución de la guayabera en el diccionario de la RAE ha sido curiosa: aparece por primera vez en la edición de 1925, con el único significado de “chaquetilla corta de tela ligera”; en 1936 se completa con “…fue importada de Cuba, donde la usan los campesinos”; en la edición manual e ilustrada de 1950 desaparecen Cuba y los campesinos; en la de 1956 vuelven a aparecer; en el suplemento al DRAE de 1970, Cuba y los campesinos son erradicados para siempre y sustituidos por “…cuyas faldas se suelen llevar por encima del pantalón”; las faldas desaparecen en el diccionario manual e ilustrado de 1984; no vuelven a aparecer hasta 1992, donde la definición queda así: “chaquetilla o camisa de hombre, suelta y de tela ligera, cuyas faldas se suelen llevar por encima del pantalón”. En 2001 la definición sufre la revolución que hemos visto como primera, en este párrafo. ¡Vaya un tute!.

Se nos acaba el espacio… ¡mecachis!... que también está en el DRAE… ¿o qué se pensaba?. Es un eufemismo para atenuar la expresión vulgar “¡me cago en…!”. Vamos, que te quedas igual de a gusto y suenas un poco mejor…

viernes, noviembre 17, 2006

Larra

Mariano José de LarraNo será malo que comencemos a dedicar algo de espacio a la gente que ha contribuido a dar esplendor a la lengua castellana. Me refiero a sus literatos más representativos. Desde siempre he tenido claro el papel del jamón español entre los jamones del mundo y las películas americanas entre la filmografía completa del globo: sobresalen. Cuando hablamos de literatura española hablamos de literatura universal, eso sí, escrita en castellano.

Y es por afinidad profesional que me obligo a comenzar con don Mariano José de Larra. Nace en Madrid –claro- en 1809. Su pensamiento, liberal y afrancesado al final de su vida, nos llama a la primera reflexión: Larra está vivo, es actual y nos puede enseñar muchas cosas. Leída y releída su obra, queda claro que un tema se encarama obviamente por encima de los demás: la preocupación política y moral por España. Preocupación real y apesadumbrada por su país y sus gentes. Siga leyendo, esto le interesa.

Para el observador objetivo de la historia, puede repeler el hecho de que Larra creyese que los franceses podían tener algo que enseñar en la forma de gobernarse a los españoles; pero lo triste es que así era. La clase política comenzaba a roer las entrañas de la patria –como Larra denuncia en toda su obra- y, para el extranjero europeo civilizado, el español –como hoy- era incomprensible espectador pasivo de todo (Fígaro lo denuncia, como decimos, a lo largo de todos sus escritos, pero magistral y famosamente en “Vuelva usted mañana” donde hace reír a todos y llorar a –como siempre- los desdichados lúcidos). Un paralelismo más con hoy en día, siglo XXI, es claro: la fama del Imperio actual está en declive y parece fácil aventurar que la propaganda de dentro de unos años venderá de manera general a los EE.UU., como ya se hace hoy, como el mal absoluto, pasado. Sin embargo, desde hoy podemos decir a esa gente del futuro que, aprendiendo de ellos, nos podrían haber enseñado grandes cosas –como han hecho en bastante medida y como hizo en su día Francia a España, pero no llegará el día en España en que el político corrupto pague de verdad su delito-.


-Vuelva usted mañana- nos respondió la criada-, porque el señor no se ha levantado todavía.
-Vuelva usted mañana- nos dijo al siguiente día-, porque el amo acaba de salir.
-Vuelva usted mañana- nos respondió el otro-, porque el amo está durmiendo la siesta.
-Vuelva usted mañana- nos respondió el lunes siguiente-, porque hoy ha ido a los toros.
-¿Qué día, a qué hora se ve a un español?

Vímosle por fin, y "Vuelva usted mañana -nos dijo-, porque se me ha olvidado. Vuelva usted mañana, porque no está en limpio".

A los quince días ya estuvo; pero mi amigo le había pedido una noticia del apellido Díez, y él había entendido Díaz, y la noticia no servía. Esperando nuevas pruebas, nada dije a mi amigo, desesperado ya de dar jamás con sus abuelos.

Fragmento de “Vuelva usted mañana”, 14 de Abril de 1833


El Romanticismo acabó con Larra. Sabemos que, hoy en día, la vena amorosa de los escritores románticos del XIX ha derivado el significado general de esa palabra hacia alguien con habilidad en la expresión del amor. El movimiento romántico era mucho más: paisajes desabridos y bellezas imposibles, cementerios a media noche y amores rotos, danzas con esqueletos y las más bellas composiciones eróticas jamás leídas u oídas. Sentimiento y soledad. Pesimismo y compromiso. Frente a la fría razón ilustrada, el Romanticismo europeo reclama el protagonismo para el interior. Coñac y chimenea frente a ventana mojada o gran luna que ilumina lápidas donde se apoya el papel, eran los escenarios donde se escribían algunas de las obras más grandiosas de la Humanidad. Es fácil imaginar la cabeza de Larra con ese influido pesimismo, la situación objetiva del Imperio español en cercana muerte y su sincera mala suerte en su vida amorosa personal.

¡Y es que es tan actual!. Este es un extracto de “Yo quiero ser cómico”. Hasta la casa de Fígaro llega un muchacho que busca ser recomendado para trabajar como cómico. Aún busco al valiente que me afirme las diferencias con los actores de hoy:


-Sin embargo, como yo quiero ser cómico...
-Cierto. ¿Y qué sabe usted? ¿Qué ha estudiado usted?
-¿Cómo? ¿Se necesita saber algo?
-No; para ser actor, ciertamente, no necesita usted saber cosa mayor...
(…)
-¿Sabe usted castellano?
-Lo que usted ve..., para hablar; las gentes me entienden...
-Pero la gramática, y la propiedad, y...
-No, señor, no.
-Bien, ¡eso es muy bueno! Pero sabrá usted desgraciadamente el latín, y habrá estudiado humanidades, bellas letras...
-Perdone usted.
-Sabrá de memoria los poetas clásicos, y los comprenderá, y podrá verter sus ideas en las tablas.
-Perdone usted, señor. Nada, nada. ¿Tan poco favor me hace usted? Que me caiga muerto aquí si he leído una sola línea de eso, ni he oído hablar tampoco... mire usted...
(…)
-¿Sabrá usted quejarse amargamente, y entablar una querella criminal contra el primero que se atreva a decir en letras de molde que usted no lo hace todas las noches sobresalientemente? ¿Sabrá usted decir de los periodistas que quién son ellos para?...
-Vaya si sabré; precisamente ese es el tema nuestro de todos los días. Mande usted otra cosa.

Al llegar aquí no pude ya contener mi gozo por más tiempo, y arrojándome en los brazos de mi recomendado:
-¡Venga usted acá, mancebo generoso -exclamé todo alborozado-; venga usted acá, flor y nata de la andante comiquería: usted ha nacido en este siglo de hierro de nuestra gloria dramática para renovar aquel siglo de oro, en que sólo comían los hombres bellotas y pacían a su libertad por los bosques, sin la distinción del tuyo y del mío! ¡Usted será cómico, en fin, o se han de olvidar las reglas que hoy rigen en el ejercicio!

Fragmento de “Yo quiero ser cómico”

Y ahora compárese con las bondades interpretativas de engendros como “Alatriste” –la película, claro-. Aunque bien mirado, todavía tuvo suerte don Mariano… ¡si llega a ver convertidos, como pasa ahora, a los actores –de su clara admiración- en funcionarios –de su amor más profundo y asesino-!.

Y si el tema de Larra, para mí, era su pesimismo justificado, su virtud fue la de hacernos reír en ella, llorando por el fondo, cuyos restos aún sufrimos. En serio, no son sólo palabras lo que lanzo ahora, a poco bien mirado, hablo de los males endémicos de una nación, eterna promesa de gran país. Los retratos de costumbres de las gentes que, desde la creación de la perniciosa clase política española, viven adormecidos en el “que actúe otro ante esa prevaricación” son otro fuerte de Larra. Las vivencias y personajes de la corte, del Madrid de la primera mitad del XIX, son paso obligado de todo el que se quiera formar una buena idea de cómo era aquello (¡tan parecido, pero tan parecido a hoy!). En uno de sus artículos más conocidos –hasta hace poco lectura incluida en los libros de texto de Secundaria, desconozco si sigue ahí- relata la epopeya vivida supuestamente por él, al aceptar de mala gana la invitación de un “refinado” conocido, Braulio, para cenar…


A todo esto, el niño que a mi izquierda tenía, hacía saltar las aceitunas a un plato de magras con tomate, y una vino a parar a uno de mis ojos, que no volvió a ver claro en todo el día; y el señor gordo de mi derecha había tenido la precaución de ir dejando en el mantel, al lado de mi pan, los huesos de las suyas, y los de las aves que había roído; el convidado de enfrente, que se preciaba de trinchador, se había encargado de hacer la autopsia de un capón, o sea gallo, que esto nunca se supo; fuese por la edad avanzada de la víctima, fuese por los ningunos conocimientos anatómicos del victimario, jamás parecieron las coyunturas.

(...)

El susto fue general y la alarma llegó a su colmo cuando un surtidor de caldo, impulsado por el animal furioso, saltó a inundar mi limpísima camisa: levántase rápidamente a este punto el trinchador con ánimo de cazar el ave prófuga, y al precipitarse sobre ella, una botella que tiene a la derecha, con la que tropieza su brazo, abandonando su posición perpendicular, derrama un abundante caño de Valdepeñas sobre el capón y el mantel; corre el vino, auméntase la algazara, llueve la sal sobre el vino para salvar el mantel; para salvar la mesa se ingiere por debajo de él una servilleta, una eminencia se levanta sobre el teatro de tantas ruinas. Una criada toda azorada retira el capón en el plato de su salsa; al pasar sobre mí hace una pequeña inclinación, y una lluvia maléfica de grasa desciende, como el rocío sobre los prados, a dejar eternas huellas en mi pantalón color de perla; la angustia y el aturdimiento de la criada no conocen término; retírase atolondrada sin acertar con las excusas; al volverse tropieza con el criado que traía una docena de platos limpios y una salvilla con las copas para los vinos generosos, y toda aquella máquina viene al suelo con el más horroroso estruendo y confusión. "¡Por San Pedro!" exclama dando una voz Braulio, difundida ya sobre sus facciones una palidez mortal, al paso que brota fuego el rostro de su esposa. "Pero sigamos, señores, no ha sido nada", añade volviendo en sí.

(…)
¿Hay más desgracias? ¡Santo cielo! Sí, las hay para mí, ¡infeliz! Doña Juana, la de los dientes negros y amarillos, me alarga de su plato y con su propio tenedor una fineza, que es indispensable aceptar y tragar; el niño se divierte en despedir a los ojos de los concurrentes los huesos disparados de las cerezas; don Leandro me hace probar el manzanilla exquisito, que he rehusado, en su misma copa, que conserva las indelebles señales de sus labios grasientos; mi gordo fuma ya sin cesar y me hace cañón de su chimenea; por fin, ¡oh última de las desgracias!, crece el alboroto y la conversación; roncas ya las voces, piden versos y décimas y no hay más poeta que Fígaro.
-Es preciso.
-Tiene usted que decir algo -claman todos.
-Désele pie forzado; que diga una copla a cada uno.
-Yo le daré el pie: A don Braulio en este día.
-Señores, ¡por Dios!
-No hay remedio.
-En mi vida he improvisado.
-No se haga usted el chiquito.
-Me marcharé.
-Cerrar la puerta.
-No se sale de aquí sin decir algo.

Y digo versos por fin, y vomito disparates, y los celebran, y crece la bulla y el humo y el infierno.

Delicioso, antológico e inmejorable fragmento de “El castellano viejo”, 11 de diciembre de 1832

Fueron pocos los escritores románticos, aquí y en el mundo, que murieron de viejos. El pesimismo general les acompañaba desde el alba hasta el ocaso y, desde ahí, en las horas de madrugada, tormento interior –creo sinceramente que fue esta la época en la que la madrugada dejó de ser para dormir, a todos los efectos-. En “El día de difuntos de 1836”, Mariano José de Larra describe un primero de noviembre en el que esos vivos que creen ir a visitar a sus finados son los verdaderos muertos. Tras un magistral artículo, es curioso como, al final del escrito, parece querer decirnos que su lucha contra el pesimismo es continua, pero inútil, debido al estado de su interior…


Pero ya anochecía, y también era hora de retiro para mí. Tendí una última ojeada sobre el vasto cementerio. Olía a muerte próxima. Los perros ladraban con aquel aullido prolongado, intérprete de su instinto agorero; el gran coloso, la inmensa capital, toda ella se removía como un moribundo que tantea la ropa; entonces no vi más que un gran sepulcro; una inmensa lápida se disponía a cubrirle como una ancha tumba.
No había aquí yace todavía; el escultor no quería mentir; pero los nombres del difunto saltaban a la vista ya distintamente delineados.

¡Fuera, exclamé, la horrible pesadilla, fuera! ¡Libertad! ¡Constitución! ¡Tres veces! ¡Opinión nacional! ¡Emigración! ¡Vergüenza! ¡Discordia! Todas estas palabras parecían repetirme a un tiempo los últimos ecos del clamor general de las campanas del día de Difuntos de 1836.

Una nube sombría lo envolvió todo. Era la noche. El frío de la noche helaba mis venas. Quise salir violentamente del horrible cementerio. Quise refugiarme en mi propio corazón, lleno no ha mucho de vida, de ilusiones, de deseos.

¡Santo cielo! También otro cementerio. Mi corazón no es más que otro sepulcro. ¿Qué dice? Leamos. ¿Quién ha muerto en él? ¡Espantoso letrero! ¡Aquí yace la esperanza!
¡Silencio, silencio!

Fragmento de “El día de difuntos de 1836”, 2 de noviembre de 1836


Apenas cuatro meses después, con veintiocho años, don Mariano José de Larra, tras una visita de su amante, Dolores Armijo, quien le comunicó la ruptura definitiva de su relación, amartillaba una pistola, se la llevaba a la sien… y disparaba.

viernes, noviembre 10, 2006

España e Islam: dos caminos (y II)

Santiago MatamorosLos árabes estuvieron setecientos años en España. Sin embargo, como recogimos en la anterior entrega, poco queda de su impronta en nuestro país que no esté en el resto del globo, como poco se llevaron. La esgrima del estudio de los biólogos y genetistas que llevaron a cabo su investigación en la Pompeu Fabra y la publicaron en prestigiosísimas revistas científicas no tenía otro fin que apoyar la tesis cuya parte lingüística desarrollamos hoy: sin connotaciones políticas ulteriores, afirmamos que no queda nada cuantitativamente apreciable en la población española actual de la invasión musulmana de la península que no se haya extendido al resto del mundo.

La invasión iniciada por Tarik ibn Ziyad y Musa ibn Nusair en el 711 trajo multitud de conocimiento a la península. Fueron en muchos casos técnicas olvidadas por los visigodos, practicadas antes por romanos y griegos y, en muchas otras viejas ciencias hindúes y medio asiáticas de las que los árabes fueron impulsores, desarrolladores y transmisores. Muy probablemente Gótico y Renacimiento no se entiendan como fueron sin el conocimiento recuperado por los árabes (arquitectura, matemáticas… sabemos que no el arte, ¡por Dios! –o por culpa de Alá-). Ahí está la oveja –la madre del cordero-: el paso del tiempo y las relaciones europeas hicieron que nada que trajesen los árabes se quedase –de manera cuantitativamente apreciable- sólo en España. Lo hemos demostrado en la genética y lo desarrollamos más hoy, en nuestra lengua, nuestro campo. La recuperación de Aristóteles por parte de Averroes (un pensador mal visto por la ortodoxia musulmana de su tiempo) es impagable, inaprecible, pero hoy en día no tiene más influencia en España que en el resto del mundo. Y como esto, el resto.

El otro día dijimos que de las cuarenta y cuatro mil trescientas diez (44310) palabras de las que la RAE conoce o cree conocer su origen, tan solo un 2´9%, es decir, mil trescientas (1300) son de origen árabe. Lo verdaderamente valioso de ese dato es que, por el contrario, el latín, junto con sus lenguas derivadas –las romances- suman treinta y ocho mil cuatrocientos sesenta y tres (38463) vocablos, un 86´8% de las palabras cuya ascendencia declara el RAE. Así las cosas, no queremos decir que setecientos años de relación –no mucha, como vemos- no dejasen ninguna huella en la lengua española, pero sí que ésta es menor de lo que cabría esperar y, desde luego, menor de lo que el mito popular ha mantenido. La razón de la tesis que mantenemos es clara: las relaciones de las gentes de la época –musulmanes y cristianos- fueron mucho más que escasas; de hecho, según el historiador César Vidal, la población musulmana fue engrosada, en su mayoría, por una baja nobleza infanzona –en término cristiano/latino- cuyo vínculo con los católicos en territorio de dominio estable, se limitó al cobro de impuestos y el intento de la consecución del mayor número de conversiones posibles. Volviendo al hecho genético que nombramos, a cualquiera se le hace difícil la imaginación en la época de matrimonios mixtos, ¿verdad?. Sin negar las excepciones contadas con los dedos de una mano, ¿cuánto de esa carga genética intercambiada corresponde a violaciones en razias e incursiones?. Mucho, qué duda cabe.

El admirable don Ramón Menéndez Pidal en su “Manual de gramática histórica española”, refiriéndose a la influencia del idioma árabe en el castellano –que él conocía tan bien-, dijo:

“Nos enseñaron a proteger bien la hueste con atalayas, a enviar delante de ella algaradas, a guiarla con buenos adalides, a vigilar el campamento con robdas o rondas, a dar rebato en el enemigo descuidado”

Don Ramón Menéndez Pidal (1869-1968)Se habrá deducido que las palabras en negrita que tan acertadamente señalaba don Ramón –y que tan en desuso están hoy en día, nótese que ha de aclarar lo de “robdas” con una palabra de origen romance- son de origen árabe. Curiosamente, sin embargo, apuntaré una cosa que Menéndez Pidal, a ciencia cierta, sabía: salvo los vocablos en negrita y el verbo “guiar” –que Corominas cree de lejano origen gótico- todo el resto de palabras en su cita son de origen latino; todas. La proporción árabe-latina es reveladora, sobre todo teniendo en cuenta que está adulterada pues es un texto temático: habla de palabras de origen árabe. Sabemos que su importancia en el vocabulario español es mucho menor, lo dijimos, ni un tres por ciento.

Todo no quita para que haya algunas palabras importantes de fuente árabe, si bien la mayoría pertenecen al árabe hispánico –variedad del idioma que sólo se habló en la península- y se refieren a elementos, cargos militares, y hechos referidos a la cultura musulmana (como “alfaquí”, “aleya”, “cabila”, “cúfico”, “hégira”… y centenares más, que dejamos para los tratados religiosos e históricos, no para el día a día del español). Como curiosidad, alrededor del cincuenta (50) por ciento de las palabras españolas de origen árabe empiezan por la letra a.

De nuevo hay leves trazas de esos setecientos años en las palabras que son privativas del castellano; las transacciones comerciales, relaciones políticas y el escaso nexo social hicieron que se impusieran formas –pocas, eso sí- árabes sobre latinas y bárbaras. De las más importantes podrían ser “aceite” (que desplazó al “óleo” latino que se impuso, en cambio, en el resto del mundo, si bien esta forma romana no deja de ser castellano y algunos de sus derivados son más comunes en algunas zonas de España, como “oliva”), “ajedrez”, “alcalde”, “farruco”, “zanahoria” o “zumo” –aunque su sinónimo latino “jugo” pertenece a la categoría que tratamos a continuación-.

Lo que realmente ilustra lo que mantenemos –la inexistencia de rasgos/restos árabes cuantitativamente apreciables en la cultura, lengua y hasta genética hispana actual, que no se hallen también presentes en el resto del mundo- es esa clase de palabras que, con origen árabe, existe en español y en el resto de lenguas. Entre esas estarían “limón”, “marroquí”, “máscara”, “riesgo”, “sofá”, “tabaco” y, de nuevo, centenares más hasta completar las mil trescientas.

Cuando hay verdad y ciencia por delante, lo que la mojigatería actual –pala de tumba de la cultura occidental- considere como “políticamente incorrecto” o “inadecuado”, me importa tres sinceras narices. El mito, sin mayor acritud o crispación debería acabar. Setecientos años, sí: ellos por un lado y nosotros
–porque seguimos siendo los mismos, según los profesores Calafell, Plaza, Pérez-Lezaun, Comas y Bertranpetit, entre otros- por otro. Un consejo para acabar: claro que es mejor con el DRAE, pero si se animan a buscar la lista completa de los vocablos castellanos de origen árabe en Internet, la encontrarán en varias páginas, en español, generalmente de propaganda musulmana. Si se reponen, como yo, del ataque de risa tras leer lo de “la superioridad de la lengua árabe sobre la latina”, ándense con ojo; en algunos de estos listados se incluyen palabras que no son del origen buscado. En castellano, admitidas por la RAE, existen mil ciento sesenta y tres (1163) palabras de directa ascendencia árabe y mil trescientas (1300) de origen directo e indirecto, no más. Así que, por ejemplo, ni “quiosco” (del pelvi, vía persa, vía turco y vía francés), ni “añicos” (del celta), ni “olé” (origen expresivo) ni demás “zarandajas” (latín, claro).

viernes, noviembre 03, 2006

España e Islam: dos caminos (I)

Rendición de la ciudad de Granada por parte de los Reyes Católicos en 1492 Estudios genéticos recientes demuestran el moderado intercambio genético habido entre las poblaciones históricas de la Península Ibérica y el Magreb. El análisis de los polimorfismos genéticos complementa y confirma lo que vemos también a través de la lengua castellana: ni la invasión musulmana de la Hispania visigoda produjo un intercambio genético fluido y normalizado; no queda nada cuantitativamente apreciable árabe en la población de la España actual que no se halle presente en el resto del mundo.

Los argumentos genéticos para hablar de teorías políticas están mal; siempre lo han estado y la reputación del tipo de gente que los ha usado –en todo el siglo XX- no lo mejora, precisamente. Afortunadamente esto es un rincón de la lengua española y, por lo tanto, su cultura; no vamos a hacer, directa o indirectamente, ningún tipo de análisis político: tan sólo lingüístico y cultural. El estudio que resumiremos muy brevemente apoya la evidencia lingüística de una falta casi total de influencia de la dominación árabe de la península en la lengua y la cultura hispana.

Los profesores Bosch, Calafell, Plaza, Pérez-Lezaun, Comas y Bertranpetit publicaron en Febrero de 2003, en “Investigación y Ciencia” (la versión española de la prestigiosa “Scientific American”) el artículo titulado “Genética e historia de las poblaciones del norte de África y la península Ibérica”. La investigación que recogía fue llevada a cabo en la Unidad de Biología evolutiva de la Universidad Pompeu Fabra de Barcelona. Varios de estos profesores habían publicado ya en otras revistas científicas de prestigio otros reportajes
-recogiendo las mismas conclusiones- cuyos títulos nos dan una pista de lo que pasaremos a explicar en breve: en Human Genetics, vio la luz el reportaje “Alu insertion polymorphisms in NW Africa and the Iberian Peninsula: Evidence for a strong genetic boundary through the Gibraltar Straits" (“Polimorfismos tipo inserciones Alu en el noroeste africano y la Península Ibérica: evidencia de una fuerte frontera genética a través del estrecho de Gibraltar”) y en American Journal of Human Genetics fue publicado “High Resolution Analysis of Human Y-chromosome variation shows a sharp discontinuity and limited gene flor between NW Africa and the Iberian Peninsula” (“El análisis de alta resolución de la variación del cromosoma Y humano muestra una discontinuación aguda y flujo génico limitado entre el noroeste africano y la Península Ibérica”).

Santiago Matamoros, siglo XVIII, New Orleans Museum of ArtAlgún día tendremos que hablar de la virtud de la concisión en los títulos de los reportajes científicos… pero nos han valido. Sabemos ya lo que demostraron en su día esas investigaciones. En síntesis y como ejemplos, los linajes del cromosoma Y originados en el magreb, como el E3b2 -según la notación utilizada-, tienen una frecuencia estimada en la península del 8%. Inversamente, los linajes de posible origen ibérico –europeos, seguro-, como el grupo R1b, suman un 3´6% del acervo genético magrebí. Hay carga genética de la otra parte en cada una, claro, pero la evidencia es clara: ni los setecientos años de dominación árabe sirvieron para normalizar y establecer un flujo génico entre el Islam y el Cristianismo hispánico; las poblaciones no se mezclaron y, al contrario que con la invasión romana, fueron siete siglos de “ellos por su lado y nosotros por el nuestro”. La cultura latina fue, y sigue siendo, el verdadero pilar de la actual cultura hispánica. Su Derecho, su lengua, su pensamiento, sus instituciones, sus tradiciones –tamizadas por el Cristianismo-, hasta la comida nos viene de Roma.

Todos los veranos se celebra la festividad de “las Guerras cántabras” en la localidad de Los Corrales de Buelna. Es una multitudinaria conmemoración llena de detalle, cuidado y, a la vez, fiesta y buen humor. Allí es frecuente escuchar alabanzas a la parte de “los cántabros” hacia su valentía y bravura, oyéndose cosas como “…es que éramos tal…” o “…nosotros conocíamos mejor el terreno…” por parte de cántabros actuales. El problema es que nosotros, los de ahora, somos mezcla de esos dos: habitantes de la Península Ibérica y conquistadores latinos. Mal que les pese a los activos de la mojigatería actual, la verdadera mezcla vino con los romanos y no con los árabes; a algunos esto les parecerá bueno, a otros malo: la evidencia histórica-genética, lingüística y cultural está clara. Ellos nos trajeron civilización y genética también; gracias a ellos somos latinos y por ellos yo escribo ahora en un latín ultra evolucionado.

¿De verdad conecta y se relaciona esto, como se ha dicho arriba, con la lengua española? ¿va a dar este rollo genético-cultural, festivo cántabro a algo relacionado con el español?: Sí. Hemos descubierto que de las cuarenta y cuatro mil trescientas diez (44310) palabras de las que la RAE conoce o cree conocer su origen tan solo un 2´9%, es decir, mil trescientas (1300), siendo generosos, son de origen árabe. Decimos “siendo generosos” pues tomamos las palabras en las que el árabe ha tenido influencia en su formación, no sólo las de directa descendencia (que serían unas mil ciento sesenta -1160-). Además tenemos en cuenta para ello todas las variaciones del idioma árabe: regular, beduino, clásico, dialectal, hispánico, marroquí y vulgar. De entre todas estas variantes del árabe, la que más presencia tiene como origen de vocablos castellanos es el que sólo se habló en la península en una época determinada, el hispánico, con novecientas noventa y cinco (995) palabras. ¿La verdadera importancia de todo esto? es el hecho de que el latín, junto con sus lenguas derivadas –las romances- suman treinta y ocho mil cuatrocientos sesenta y tres (38463) vocablos, un 86´8% de las palabras cuyo origen conoce la RAE. Las lenguas amerindias (nahua, mapuche, quechua…) tiene mil trescientas ochenta y ocho (1388), más que el árabe.

La semana que viene diseccionaremos las palabras españolas de origen árabe y ahondaremos en la tesis cultural que mantenemos: poco o nada queda en la población española actual de la cultura árabe que no esté presente en el resto del mundo. Relacionar esto con la lengua española y su independencia, como hemos empezado a demostrar, del árabe, nos dará la medida real de nuestro origen como pueblo, cultura y tipo de seres humanos. ¡Hasta entonces!.

viernes, octubre 27, 2006

Homonimia en e (o "La homonimia transportada")

Es duro ser nuevo en algo. Pero muy probablemente, sea más duro ser nuevo en algún sitio o circunstancia y con gente. Ser nuevo en algo muy bien se puede ser de manera solitaria, pero el peso de las miradas de tus nuevos compañeros sobre las consecuencias de tu inexperiencia… en fin. Voy a ayudar al que lo necesite: aquí se puede encontrar una descripción general sobre la polisemia y la homonimia, y aquí el índice del repaso que estamos haciendo a las homonimias del diccionario. Además, hay que saber que en este artículo se diferencian las definiciones y referencias a las distintas palabras que componen una homonimia con números entre paréntesis. Pero ahora pasémoslo bien todos juntos…

El argot es ese conjunto de términos que manejan los integrantes de oficios o campos diversos y que les es común. Hoy vamos a ver la homonimia desde el punto de la vista de la letra e: a caballo y surcando los mares, campos (la hípica y la navegación) cuyos profesionales gozan de amplios y cerrados argots, con tanto que ver con el transporte.

No se me hace especialmente difícil pensar, por ejemplo, cómo en alguna ocasión ha podido surgir la siguiente confusión: bien pudiera ser a principios del siglo XX –pero también hoy- un joven, y hasta hace poco desconocido pretendiente, le dice a su pretendida al despedirse que va “a preparar la estafa”. La muchacha se escandaliza, piensa que ha estado a punto de emparentar con un timador y de mala forma le echa de su casa para siempre. No sé si alguna vez antes de morir supo la joven que “estafa” es además de un timo(1), el “estribo del jinete”(2), directo del italiano staffa. ¡Cuántas desgraciadas confusiones de éstas habrá tenido la Historia!.

Ya hemos visto alguna vez cómo la homonimia puede venir también traspasando la barrera de las clases de palabras: cuando, por ejemplo, un adjetivo y un nombre se escriben igual. “El caso equino” o “el caso Equino”; ¡como para que se descuide hoy en día el uso de minúsculas y mayúsculas!. El hecho es tan sencillo como que en el primer “caso” enunciamos algún tipo de circunstancia relacionada con los caballos(1); en el segundo un original juez ha puesto nombre de erizo de mar(2) –o de moldura de capitel dórico(2), ¡vaya usted a saber!- a su investigación. En efecto, algo “equino” es algo relacionado con los caballos(1), mientras que “un equino” puede ser tanto un caballo propiamente dicho(1), como un erizo de mar(2) o una moldura(2); en el caso caballar el origen es latino (equinus), mientras que en el pinchante es griego, vía latín (ecchinus). Dos palabras distintas, con orígenes distintos, cuyo único pecado ha sido el de derivar hasta escribirse igual en español.

El caso de engalgar es también curioso: como parece querer gritar la palabra, es animar, instigar al galgo a correr tras la liebre o el conejo mostrándoselos, para que lo siga(1). Pero es que también puede ser poner el freno a las ruedas de un carruaje(2), así como “apretar la galga –de ahí la palabra- contra el cubo de la rueda para impedir que gire”(2). Pocas parejas de palabras conozco que se escriban igual –homonimias- y tengan significados tan imposibles de relacionar como éstas. La clave nos la dan sus orígenes: galgo (por el perro) y galga (por la parte del carruaje). Y eso que aún hay más: “engalgar” también es aplicar el cable de un anclote a un ancla para ofrecer más resistencia a la corriente en el caso de una nave(2). Así que ¡nos vamos al agua!.

Si un botánico y un escultor embarcan rumbo a Sudáfrica y, durante el trayecto en alta mar, alguien de la tripulación les llama la atención en cubierta sobre la belleza de la estela, tras mirar rápida y asombradamente a su alrededor, ambos darán al marino por loco y se irán a descansar para, quién sabe si volver a verse alguna vez. Espero que de existir esa vez, los tres supieran que, cada uno, pensó en cosas distintas. El escultor se fue a la “estela”, o “monumento conmemorativo que se erige sobre el suelo en forma de lápida, pedestal o cipo”(1) (del griego, vía latina por stela). El botánico pensó que le querían hacer creer que encontraría una “estela” (del latín stella, “estrella”) o “pie de león”, planta herbácea, de la familia de las Rosáceas(2), en mitad del océano. El pobre marino sólo quería señalarles la “estela”, el surco que el barco iba dejando tras de sí(3) (del plural neutro de aestuarium, es decir, aestuaria en latín “agitación del agua”). Está claro que de nuevo el ligero parecido fonético o gráfico arrastró a dos de las palabras primigenias hacia la dominante, como ya hemos visto en muchas ocasiones anteriores. ¿Stela se escribe parecido a stella? pues el pueblo las asimila y ¡que evolucionen igual!. ¿Al oído hispano las derivaciones de aestuaria se le parecían a las de stella-estrella? pues a convertirlas en palabras distintas que se escriban igual… lo peor de esto –que tampoco es para tirarse de los pelos- es marino, botánico y escultor: la incomunicación.

Siguiendo en la mar, pero de nuevo en la costa, un joven grumete no se puede negar a la tarea que le ordena el capitán por peligrosa y por su falta de preparación, si le manda a espiar. El joven se ha visto convertido en James Bond(1) y no le ha gustado la idea, pero el paciente oficial sólo quería que el inepto marinerito tirase junto con sus compañeros del cabo atado al ancla o a algún objeto fijo, para acercase a él(2). El primero goza de ancestral origen gótico y el segundo del marino experto portugués.

Hay quien puede argumentar que los ejemplos inventados de problemas de comunicación derivados de la homonimia relatados en este artículo son de corte menor, poco usuales en un contexto comunicativo completo y, en general, poco frecuentes. Siento desde lo más profundo de mi corazón estar en completo acuerdo con quien piense así. ¡Claro que no es una cuestión como esta fuente importante de falta de comunicación!. Mucho antes, añaden “sal” al estudio del español y sus orígenes, lo han enriquecido y ahora lo analizamos y estudiamos, interesados. Los verdaderos peligros para el español son otros, y son otros también los problemas que le acucian y que deberíamos aprestarnos todos como sus hablantes y custodios a prevenir y arreglar.

Y eso que nos hemos dejado muchas “homonimias en e”, como echar, ecuo, ejemplar, ele, embalar, embalsar, embarrar, embastar, embazar, embocar, embotar, embrocar, eme, empaque, empastar, empaste, empecinado, empeine, empella, enante, encantar, encañado, encañadura, encintar, encuadrar, engolado, enlabiar, enristrar, entallar, enzarzar, era, escapular, escatológico, escobajo, escollar, escurrir, espadón, espárrago, especular, espía, esquila, estomático, estrellar, ético… y alguna más.

¡Qué bonito es nuestro idioma!.

martes, octubre 24, 2006

Si antes lo decimos...

A veces el futuro nos depara irónicas y curiosas situaciones... En el anterior artículo de este rincón de la lengua castellana, "De los insultos menores", decíamos:

"Se sorprenderían si conociesen los datos de entradas a esta web que acceden buscando en Google cosas como “significado de mojigata” o “mojigata definición”. ¿Alguna pobre chica que niega lo que le apetece negar y recibe ese saludo de un poco caballeroso raquero y entra después en Internet para saber lo que le han llamado? (...) Por cierto, chica-Google: el de las intenciones aviesas de verdad es el raquero, tú tranquila. Pero ahora busca “aviesa significado”, anda."

Y fíjese, hoy me encuentro, entre los datos de acceso a esta web, la siguiente URL de procedencia, que incluye la búsqueda en Google a través de la que se ha llegado a "El castellano actual":

www.google.es/search?hl=es&q=definicion de aviesa&meta=

Da gusto que a uno le hagan caso...

viernes, octubre 20, 2006

De los insultos menores

Ya dedicamos un pequeño apartado de este rincón de la lengua castellana al somero análisis de algunos de los insultos más graves del español. Entonces, ya advertimos que sabemos de la existencia de diccionarios (o glosarios) completamente dedicados al elevado tema de los agravios y las ofensas; en ellos se puede encontrar de manera extensa, orígenes etimológicos y aun ejemplos de uso, para los más curiosos. Nuestra labor la limitaremos a un intrigado acercamiento: nuestros insultos… tan españoles ellos. En serio: sería estúpido negar la existencia de exabruptos en otros idiomas, pero claro tengo que, mientras un inglés se queda tranquilo -dependiendo de la afrenta anterior- con una respuesta cortante, el español ha de soltar un "¡cabrón!" bien dicho para quedarse a gusto.

No obstante, vamos a ocuparnos hoy de lo que podíamos llamar “insultos menores”; afrentas hoy diarias y banales y que, en otros tiempos, provocaron más de un cruce de espadas y hasta algún muerto. Hoy, en cambio se dicen en los colegios (los calificativos de la anterior entrega -algo más fuertes, si no tuvo la oportunidad de disfrutarlos- también se oyen entre los más jóvenes, pero qué le vamos a hacer). Por ejemplo, tonto. Real Academia y don Joan Corominas coinciden en el origen expresivo del término, es decir, en su génesis espontánea entre el pueblo: un vocablo simple, medio balbuceo, quizá imitando los vanos intentos de comunicación de un pobre desgraciado, así es como se dice que nace “tonto”. En otros idiomas también lo encontramos: en portugués e italiano exactamente igual que en español, “tont” en rumano, “tandi” en húngaro o “tunte” en alemán dialectal. Según Corominas, la repetición de vocal y consonante, refuerza la idea simple y necia, “floja”, como en “bobo”. No hemos podido resistir la tentación de recurrir a Covarrubias y su Tesoro. Y don Sebastián no nos falla:

“El simple, y sin entendimiento, ni razón, pero este no es furioso como el que llamamos loco. Púdose decir de tondo, que como está referido en otro lugar, vale redodo, y vacío, a modo de media naranja, y el tonto tiene vacía la cabeza, por carecer de entendimiento, el cual en él, es redondo, en oposición de los que tienen buen entendimiento, que llamamos agudos.”

No le falta mérito. Es cierto que ese tipo de retorcidas metonimias que refiere Covarrubias, o tropos que se parezcan, se dan (y mucho) en la formación de palabras en español, pero esta vez, como se dice en el castellano actual, “va a ser que no”, admiradísimo don Sebastián. Pero Covarrubias siempre nos provoca un pensamiento: ora admiración, ora risa, ora sospecha: en la última parte de la definición de “tonto”, el licenciado suelta una referencia al latino “atonitus” (obvio antepasado de nuestro "atónito"). Se me hace muy cuesta arriba creer que Corominas no llegase ni a sospechar, siquiera, la relación de un evolucionado “tonitus” con nuestro “tonto”. ¿Lo sospecharía y lo desechó?.

La falta de inocencia y la inmediatez de nuestros días y sus personas hacen que el tipo de insultos que tratamos hoy suenen rancios, débiles, de cierto uso propio de mojigato. Triste situación, pero a él vamos, al “mojigato”. Se sorprenderían si conociesen los datos de entradas a esta web que acceden buscando en Google cosas como “significado de mojigata” o “mojigata definición”. ¿Alguna pobre chica que niega lo que le apetece negar y recibe ese saludo de un poco caballeroso raquero y entra después en Internet para saber lo que le han llamado?. Pues ya puedes mandarle a freir espárragos, guapa. Las fuentes filológicas vuelven a coincidir: el nombre “familiar” que en ciertos lugares se le da al gato (“mojo”) es el origen de la primera parte de este vocablo compuesto. La conjunción que da como resultado la palabra "mojigato" da la idea de alguien apocado, retraído, que esconde meditadas y astutas intenciones. Esa es, palabra más, palabra menos, el sentido de la primera definición del DRAE. La segunda quita las intenciones aviesas y escondidas y nos deja sólo (que no "solo", pobrecito) a un individuo algo inocentón e impresionable. Por cierto, chica-Google: el de las intenciones aviesas de verdad es el raquero, tú tranquila. Pero ahora busca “aviesa significado”, anda.

La modernidad trae cosas buenas y malas cosas. Ciertamente es una lástima que el desgaste natural de las palabras por su uso, unido a la agresividad que invade las ámbitos de nuestra vida (moderna) haya operado ese siniestro hecho que avanzaba antes: un buen “mentecato” de hace dos siglos era como un “hijo de puta” de ahora. Imaginen lo que suponía un “hideputa” mal soltado en el XVII… no creo que tengamos equivalente hoy en día… esa es la pena, ¡hombre!. Documentado a partir de 1570, en el Vocabulario de las lenguas toscana y castellana de Cristóbal de las Casas, proviene clarísimamente de mentecapto y éste de mente captus, que Corominas traduce propiamente por “cogido de la mente”, y por sentido “que no tiene toda la razón”. Podríamos ver otro origen en otro sentido de captus ¿algo rebuscado?: proviene del verbo capio, que es “coger”, “tomar”, “apoderarse”, etc. pero también, en campaña, “arrebatar”, “conquistar” y “capturar” (verbo castellano este último que desciende directamente de capio). Así las cosas, y arriesgándome a honrarme pareciéndome a don Sebastián de Covarrubias en alguna de sus etimologías, podemos ver al “mentecapto” como alguien a quien la mente le ha sido arrebatada, capturada. En palabras de 1611, en el Tesoro de la lengua castellana:

“Falto de juicio, del Latino mente captus”.

¿Vale? Vale.

viernes, octubre 13, 2006

Hombre refranero, hombre puñetero

Es un refrán sobre refranes, sí, pero pocas veces fue tan cierto como en la historia de la relación de dos cercanos amigos míos: Juan y Modesto; y es que “hombre refranero, hombre puñetero”. Ninguna desgracia diaria soportable mayor acontece al hombre de bien como la de un amigo dado al uso sistemático y enfermizo de los refranes. Esas machaconas perlas de sabiduría popular, en uso durante siglos y que, por desgracia, sin embargo se están perdiendo ahora, por desuso. Pero ese no era el caso de Modesto. Juan estaba hasta las mismísimas narices. Desde que lo conocía –hacía años ya- pocas respuestas de Modesto arrancaba en sus conversaciones cotidianas que no fuesen en forma de refranes. Y empezaban a cargar ya tantos “a enemigo que huye puente de plata” cuando el rival de Juan en la oficina pidió el traslado, “a cada cerdo le llega su San Martín” cuando una amiga nuestra plantó por fin a su díscolo y promiscuo novio y
“entre col y col, lechuga”, cuando decidíamos empezar nuestras juergas en un local distinto al de costumbre…

-Me ha hecho odiar los refranes, no los soporto. Es más, los veo como una retahíla de oraciones tontas y pueblerinas, ¿qué hago? –me vino a contar Juan, algo enfadado.

El remedio se planeó estratégicamente, con una cerveza de por medio, precisamente en el local lechuga. Juan y yo llegamos a una doble y definitiva conclusión: Modesto pretendía realizar un alarde de sabiduría –impertinente- cada vez que usaba un refrán. Por definición era “sabiduría popular” o basada en la experiencia lo que ponía en práctica. Y sólo había un tipo de sabiduría que se le pudiese enfrentar y aun derrotar: la sabiduría erudita o basada en el conocimiento teórico. Juan diseñó las situaciones y yo realicé la investigación y redondeé el asunto. Si Modesto resultaba repelente, se iba a encontrar con su equivalente, con la horma de su zapato, pero con erudición. Cada respuesta demoledora iría acompañada de cierta cesión explicativa, para no molestarlo en exceso y, al menos, conservar su, por lo demás, valiosa amistad. Todo estaba listo.

Al día siguiente toda la obsesión de Juan, cuando llegó Modesto era entender por qué este llevaba esa camisa en concreto. Juan confesaba que ni le gustaba ni le disgustaba, sólo quería saber por qué esa camisa, ese día. Fueron tantas las insistencias que a Modesto no le quedó más remedio:

-Juan, no le des más vueltas, me apeteció ponerme esta y ya está… ¡No le busques tres pies al gato!

Y Juan esbozó una sonrisa.

-De hecho, Modesto, ese refrán no tiene sentido. En origen, se decía “buscar cinco pies al gato”, lo que tiene mucha más lógica, pues poco difícil veo buscar tres pies a un gato que tiene por costumbre presentar hasta cuatro –Modesto escuchaba, congelado-. Cuando queremos ir más allá de lo normal y evidente, o sea las cuatro patas, estaríamos buscando la quinta, no la tercera. La búsqueda del tercer pie no supone trabajo inhumano o insano: sin lógica pues.

-Vaya… -espetó Modesto.

-En tu defensa diré que el refrán se corrompió pronto con las tres patas en lugar de la quinta y que, tras su surgimiento (probablemente en la primera mitad del siglo XVI) uno de los primeros usadores de la nueva e ilógica versión fue Cervantes, en el Quijote, a principios del XVII.

Pero Juan no se regodeó en el silencio de Modesto y continuó con el plan; cambió el semblante y pidió perdón de manera machacona a su cobaya por su insolencia pasada. No debía haber sido tan hiriente. Modesto no entendía esa petición y la rechazaba, pero Juan dijo las palabras justas para que se le respondiese…

-Bueno, Juan, tranquilo, al menos he aprendido algo, no hay mal que por bien no venga

-Pues lo siento de nuevo amigo –saltó como un muelle Juan- pero ese refrán es, de manera general, siempre mal utilizado, como tú ahora. Literalmente, has dicho que el hecho malo o inapropiado llega como consecuencia de una ventaja o hecho bueno. Pero el hecho de aprender es bueno, con lo cual el uso de ese refrán no tiene sentido.

-Ya… pero sí podría usarse en otras circunstancias, ¿o no?

-Sí… cuando quieras recordar que, viviendo un mal, ha ocurrido poco antes un bien que pudo provocar la desgracia y que equilibra la balanza. También en nuestro caso podías haber formulado el refrán al revés: “no hay bien que por mal no venga” y es que el aprender sobre pies y gatos vino gracias a mi intervención impertinente.

-Ya… parece que el refrán tiene una fórmula fija y se dice sin pensar lo que realmente significa, cuando relacionamos un hecho bueno y otro malo, sin atender a su orden… -admitió Modesto.

Lejos de pensar que nuestro amigo se había redimido, Juan siguió con el plan, rematándolo. El local col al que habían ido empezaba a llenarse de gente, pero no le importó y volvió a subir la voz. Apeló con las formas de la explicación del primer refrán al desorden y desigualdad general de la sabiduría contenida en los refranes, por suponer conocimiento popular, sin base estudiada. ¿La prueba? la corrupción lingüística e ideológica del refrán del gato y del bien y el mal y la indolencia de un vulgo que sigue usándolos, aun careciendo de sentido. Modesto pareció romper la línea de pensamiento que escuchaba e iniciar la oral.

-Bueno, Juan, pero seguramente los casos de los refranes del gato y el otro, sean la excepción que confirma la regla.

Juan volvió a sonreir.

-Una nueva corrupción, Modesto. Una excepción nunca puede confirmar una norma o regla, mucho antes, la pone en duda e incluso, si hablamos de materias científicas, puede llegar a invalidarla por completo. Un principio jurídico (proveniente del Derecho romano) mutilado lingüísticamente fue el que llamó a error: “exceptio confirmat regulam in casibus non exceptis”, "la excepción confirma la regla en los casos no exceptuados".

-Ya… que la gente se quedó con lo primero y pasó del “casibus” no sé qué…
-Modesto escuchaba como a quien le hacen temblar sus convicciones más profundas. Juan concluyó la jugada como habíamos previsto, cediendo en justicia:

-No obstante, es cierto que el sentido de ese precepto jurídico afirma que, si se reconoce la existencia de alguna excepción a una norma, lo que no cabe duda es que el resto de casos están bajo el imperio de esa norma, pues no son excepciones. La regla será más o menos universal atendiendo al número de casos bajo su influencia… Si yo digo que los refranes son inútiles y su sentido ha sido retorcido y sólo te puedo dar tres ejemplos, también te estoy diciendo que el resto (muchos más) son útiles y sensatos.

Juan acabó esa exposición bajando algo el volumen de su voz y dejando de mirar a Modesto, como si se diese cuenta de que hablaba como una marioneta. Desde ese día, Modesto dosifica mucho más sus perlitas impertinentes –que lo eran, en mucho, por el tono con que las acompañaba- y Juan fue consciente del cúmulo de experiencia, vidas, ingenio y, al fin, cultura y lengua hispana que supone el refranero español, cada vez más en peligro por desuso.

Nuestro plan –que era sólo mío, aunque Juan no lo supiese- funcionó con los dos. Y es que “hombre refranero, hombre puñetero”, pero sabio y certero…