viernes, junio 30, 2006

Valga la redundancia

Es una expresión muy utilizada en el lenguaje oral y –se supone- formal en los medios de comunicación: “valga la redundancia”. En principio debería usarse para “remediar” o paliar fallos en el discurso, repeticiones de palabras o uso de similares y derivadas de manera demasiado cercana. Hoy, en la práctica, y arropados por el descuido general del idioma español en los medios por parte de sus “profesionales”, se usa como un recurso para decir lo que sea, sin pensar o atender mínimamente al castellano. Y ¡ojo!, quiero advertir al lector: este no será un artículo al uso criticando los vicios del periodismo actual. Para eso, a otras fuentes. Hablaré de ello, pero no será el centro del interés que quiero –y espero- que tenga este escrito.

En un entorno rápido y exigente como pueda ser una locución improvisada radiofónica, se podrían admitir, cabalmente, cosas como:

“Finalmente el equipo local ha sido el ganador. Los locales
valga la redundancia- golearon a su rival…”

Aquí, por supuesto que hay sinónimos o equivalentes para utilizar en lugar de algo que comience por local-, pero el reportero no ha podido o sabido encontrarlos a tiempo. Se ha de notar que se ha dado cuenta del error, que no ha sido intencionado y nosotros hemos de pensar que alguna facilidad o licencia tiene que tener el ponerse delante de un micrófono o una cámara, en directo. Todos somos humanos. En cambio, no puede ser considerado como “de recibo” algo como esto:

“Fue a partir del segundo tiempo cuando, valga la redundancia, los locales golearon a los visitantes por tres goles a cero…”

No es que se cometa la equivocación, es que directamente se nos avisa de que se va a hacer… (“perdone por el pisotón”… y ¡zaca!¡pisotón!). Obviamente podemos admitir que los profesionales de la información se equivoquen, pero no que traten con tanta ligereza su instrumento de trabajo, cogiéndose licencias que no les pertenecen. Nótese que los dos ejemplos precedentes han sido colocados en ambientes de comunicación deportiva de masas… a posta.

Cuando la redundancia es poética es, en realidad, “a posta” (como los ejemplos de antes), pasa a ser un pleonasmo: una figura retórica. Cuando, hace unas fechas, en este mismo rincón de la lengua, hablaba de una de las fuentes bibliográficas de apoyo de nuestra iniciativa a favor de la inclusión del adjetivo pindio en el DRAE, decía que era una “importante obra de referencia de importante autor”. Escribiendo… ¿no caí en la cuenta de que empleaba el mismo adjetivo con solo cuatro palabras de separación?, claro que sí, pero no quise buscar un sinónimo que distrajese al lector o que fuese menos directo, sencillo y llano ni alargar la frase para diluir su mensaje. Creo que usé una repetición, que es la redundancia hecha recurso estilístico… privilegios de escritor…

Concreto: no se puede utilizar consciente y premeditadamente expresiones como “árbol de hojas caducifolias”. Un árbol puede ser caducifolio (literalmente, “de hoja caduca”), pero hablar de “hojas caducifolias” es utilizar una redundancia, en este caso, supongo, por desconocimiento, lo cual no creo admisible, al menos, para un profesional del idioma. Exactamente lo mismo puedo decir de la expresión (también oída por mi) “biografía de la vida de Fulanito”; una biografía es un “escrito sobre la vida” de alguien. Desde ahí, por lo menos, yo miraría con recelo antes de leer un “texto de la vida de la vida de Fulanito” (¡pues sí que vivió Fulanito!). Como lo anterior, todos hemos escuchado alguna vez el famoso “subir para arriba” o “bajar para abajo”. En principio claras redundancias que, como muchas incorrecciones lingüísticas, tienen un caso en el que se pueden justificar: si estamos en un tercer piso de una casa y decimos que queremos “bajar abajo” se puede entender que queremos “bajar del todo”, “hasta abajo” y no quedarnos –tras bajar- en el piso intermedio. Ahí sí. Bienvenidos al pleonasmo.

Con estos ejemplos y el DRAE en la mano, denunciar su perpetración hablando de ellos como “redundancias innecesarias”, parece de risa… pues yo lo he leído, palabra. No confundamos “redundancia” con “repetición”. Venga, volvamos a empezar, ¿qué es una redundancia?, entonces, ¿cuándo es necesaria una redundancia?... Bueno sí, vale, cuando queremos escribir un artículo como este, lleno de redundancias redundantes.

viernes, junio 23, 2006

La fuerza de la palabra

Con razón se habla y valora “la fuerza” de la palabra. Con la palabra se mueve lo que no se mueve ni con la fuerza física –ni con la maña-. Con las palabras conseguimos lo que parecía imposible, construimos, comunicando, establecemos y matamos. Siempre he creído que hay una relación directa entre la eficacia de un lenguaje –siempre mantuve que los distintos idiomas humanos no son equivalentes- y el éxito de una civilización o un pueblo. Bajando a la tierra, presento ahora una nueva entrega de mis caprichosas etimologías. Vamos a hablar de fuerza, “fuerza en la palabra”.

No voy –ni quiero- a engañar a nadie: todo el presente artículo es una excusa. Quiero hablar sobre el precioso origen de una palabra concreta y de alguna forma hay que ligarlo todo. La palabra en cuestión es músculo, directa del musculus latino; en el antiguo Imperio romano era esa la palabra con la que denominar a un ratón pequeño (mus, muris era “ratón” –de ahí murciélago”- y el sufijo –ulus latino era el equivalente a nuestro diminutivo –ito actual). Al parecer los romanos vieron un curioso parecido entre la forma de ese pequeño animal y la apariencia de uno de los músculos más “representativos” y, al menos, visibles del cuerpo: el bíceps. Preciosa analogía que nos regaló una palabra y que no es tan rara; en Costa Rica, hoy en día, la voluntad popular le ha dado la vuelta, de tal forma que la cuarta acepción del vocablo “ratón” del DRAE lo define como: “bíceps”, en ese país.

Precisamente fue la forma del bíceps el que le dio su nombre. De nuevo directamente del latín, “ceps” (un derivado de caput, “cabeza”) se convierte en la raíz de una inadvertida palabra con prefijo “bi-“. Sí… “dos cabezas”; es lo que pensó que tenía el músculo aquel que lo observó y decidió nombrarlo. En efecto, son dos las partes o cabezas del bíceps braquial: la interna y la externa. ¿Alguien adivina el origen del tríceps?.

Palabra larga, complicada; ideal para trabalenguas y trastabillar divertidamente al interlocutor. Con “ornitorrinco” –tampoco es tan difícil- a muchos se les viene a la cabeza esternocleidomastoideo. El nombre de este músculo grita a voces altas y claras su origen: “¡soy griego!”. στρνον (esternón), κλες, κλειδς (clavícula) y μαστοειδς ("en forma de mama"). En su etimología este músculo da la pista de por dónde pasa y su teórica forma (¿alguien le ve la forma de teta al pobre esternocleidomastoideo?).

Y una vez más: las lenguas clásicas, su uso y dominio, otorgan unos importantes métodos de pensamiento y razón. Entrenan la inteligencia como ningún otro ejercicio. ¿Por qué nos quitan nuestro origen?, ¿por qué los políticos no quieren que estudiemos y sepamos de dónde vienen las palabras y por qué son así?, ¿por qué no quieren que sepamos hablar, expresarnos?, ¿qué fuerza tiene la palabra realmente?, ¿qué tipo de votante quieren?.

viernes, junio 16, 2006

Iniciativa "pindio,-a" (novedad del 16-VI-06)

Continuamos con nuestras investigaciones y nuestro empeño en favor del estudio y la inclusión final del adjetivo “pindio” en el DRAE, por parte de la Real Academia Española. Concretando parte de las líneas de actuación que empezamos desde la última fecha de actualización de nuestra iniciativa, hemos hallado ciertas referencias lexicográficas que pueden ser realmente reveladoras; el tiempo dirá si definitivas.

Recordemos que, a grandes rasgos, el gran escollo con el que habíamos topado es que un sector de los académicos eran partidarios de considerar el adjetivo como un localismo. Eso, convertiría la iniciativa en algo “menos prioritario”, debido a la atención que se le presta últimamente a las academias americanas, que no ven con buen ojo la inclusión masiva de localismos españoles. Además, los dos académicos asturianos no reconocían a “pindio” como vocablo de uso en Asturias. Volvemos a recordar las pruebas a favor que presentamos en nuestro estudio inicial.

Con todo en mente, hemos encontrado, sin agotar las fuentes bibliográficas de las que disponemos, de momento, lo siguiente:

- Enciclopedia del idioma, Alonso, Martín, Aguilar 1958 (1 y 2):
Sin duda el documento más revelador, aquí vemos cómo Martín Alonso hace pertenecer la voz “pindio” a Burgos (recordemos la tesis de García de Enterría). “Pindio, -a” ya no se reduce a Santander. Además, en la misma obra, se hace notar una variante que desconocíamos –y que hemos comprobado de escaso uso en la Cantabria actual-: “pendio”, que no obstante, usa don José María de Pereda en “Peñas arriba”. Segunda vez que, en efecto, Pereda usa el adjetivo –en sus distintas fórmulas- tras nuestro advertido “Don Gonzalo González de la Gonzalera”. No podemos pedir más.

- Palabras, giros y bellezas del lenguaje popular de la montaña elevado por Pereda a la dignidad del lenguaje clásico español, Huidobro, Eduardo, Imp. la Propaganda Católica, 1907 (3 y 4):
Ahondamos en el uso normalizado del adjetivo en Cantabria, que recoge esta obra de principios del siglo XX. De nuevo establece la doble fórmula “pendio-pindio”.

- El lenguaje popular de la Cantabria montañesa, García-Lomas, Adriano, Ed. Estudio, 1999 (5 y 6):
Importante obra de referencia de importante autor. En la doble versión que ofrecemos (1949-1999) se comprueban fundamentales descubrimientos bibliográficos y hasta apuntes etimológicos. Algo que no nos reveló el CORDE (Corpus Diacrónico del Español), uno de los bancos de datos de la RAE, es el uso del adjetivo por parte de Amós de Escalante y de Manuel Llano. No se puede esperar que más autores cántabros de más renombre usen el adjetivo, aunque, según creemos, la filiación cántabra estaba ya probada mediante Pereda. Tenemos su uso en Castilla y Cantabria… falta Asturias.

- Diccionariu asturianu-castellano, castellano-asturianu, Sánchez Vicente, Xuan Xosé, ed. Trabe 1996 (7) y Diccionariu basicu de la llingua asturiana, Ferreiro, Félix, Manzano, Pablo y Rodríguez, Urbano, ed. Urbano Rdguez.(8):
Al margen de la opinión que nos suscita el uso de la expresión “lengua asturiana” –aunque aceptando la peculiaridad del español en determinados hablantes y zonas de Asturias- la cita de estas obras, cuando menos, sí que creemos que prueba el uso fehaciente y real del adjetivo protagonista de nuestra iniciativa en Asturias.

Toda esta documentación ha sido remitida a nuestro generoso valedor en la Academia, don Eduardo García de Enterría, para que pueda ponerla en conocimiento del pleno de la RAE.

Por si lo propuesto no fuera suficiente (a pesar de que creemos haber demostrado que el ámbito del adjetivo se extiende por buena parte del norte español, con lo que pensamos que se hace meritorio de una entrada en el DRAE) nos quedan en la recámara ciertas referencia bibliográficas que hemos de comprobar; además tendríamos pendiente el contacto con los académicos correspondientes en las regiones españolas de interés –de los cuales desconocemos si ya han sido contactados por la comisión lexicográfica de la Academia y su opinión, en cualquier caso, al respecto-.

Lea más sobre la iniciativa “pindio” aquí.

viernes, junio 09, 2006

Historias del "cabrón" y otros insultos

Vamos a hacer aquí y ahora un somero, sumarísimo repaso a algunos insultos (o “calificativos denigrantes”, en su significante más eufemístico, como vimos) de uso común en la España de hoy. En muchos casos son simples calificativos que se comienzan a usar de manera poco rigurosa y objetiva… pero veámoslos. Lingüísticamente, advirtamos que el tocar este tema se nos antoja igual de importante que cualquier otro relacionado con la lengua que hayamos tratado o tratemos: es uno más. Editorial y lexicográficamente anunciemos que conocemos de sobra la existencia de obras mucho más completas –incluso diccionarios y glosarios- dedicados a la historia del insulto, el exabrupto y el escarnio (tres palabras con connotación, por significado, negativa y, sin embargo de género masculino –para los “feministas” del lenguaje-).

He de confesar, triste, que con el que quiero empezar es uno de mis calificativos favoritos. Es el ejemplo claro de vocablo descriptivo que pasa a insulto cuando se usa temperamentalmente, con intención de agraviar. No obstante, usado como calificativo justo, es de lo más exacto, diría que incluso fonéticamente. Hablo de ruin. Según el DRAE, es “vil, bajo y despreciable” y es el María Moliner el que dice “abyecto, bajo, despreciable, indigno, innoble, mezquino, rastrero, vil”. Fijémonos en que es necesario, según esto y nuestro conocimiento del idioma, una cierta liviandad moral, una falta de valores o consistencia ética para ser ruin… Añado que más ruin se es cuanto más obligado se está moralmente a hacer algo que no se hace finalmente por cualquiera de las viejas bajas pasiones… Corominas nos informa de su aparente parentesco con "ruina", vía portuguesa, utilizado antes del siglo XIV, con lógica, en exclusiva para sustantivos inanimados (edificios, caminos…). Le contradice siglos antes Covarrubias, quien, en su Tesoro, habla de un extraño origen hebreo: “ruabb” y aclara: malum esse –o sea, “ser malo”-. Nos quedamos con don Joan Corominas, que nos clarifica que, en definitiva, el obrero, el empresario, el amigo o el padre ruin, está en su alma echado a perder, como el edificio que se cae, es ya malo.

Por cierto que el María Moliner nos da la clave para entender que la expresión “hablando del rey de Roma…” (completada opcionalmente con “…por la puerta asoma”) fue formulada originariamente como “hablando del ruin de Roma”, debido al carácter de las “lindezas” que se suelen dedicar al sujeto en cuestión cuando no está delante. “Roma” fue probablemente escogida como rima perfecta para “asoma”, y desechamos –por improbable- la teoría que quiere personificar en un ruin romano histórico el origen de la expresión. Usamos la expresión –hoy en día con el “rey”- cuando hablamos de alguien e inmediatamente aparece.

De manera vulgar y malsonante, un hijoputa, no es alguien bueno o a quien queramos, al menos, halagar. Contundente apócope de “hijo de puta” pertenece a esa categoría de calificativos malsonantes que, excepcionalmente, en español y en un contexto situacional y social muy definido, es ambivalente: dependiendo de su tono y contexto, es una agresión verbal o una referencia cariñosa –de un modo algo especial-. Esta particularidad no es fácilmente entendida por muchas culturas del mundo, pero doy fe de que, una vez asimilada, les hace mucha gracia… El uso de este insulto siempre –o muchas veces- conlleva una pequeña sensación de injusticia para el autor, pues realmente se insulta a la madre del objetivo, no a él directamente: quizá precisamente por eso sea uno de los insultos más fuertes del castellano, al utilizar un elemento, como mínimo, fundamental de la civilización y la cultura occidental y con fuertes lazos con lo sagrado.

No parece claro el hecho de que “puta” sea un acorte de "prostituta" (cuyo precioso origen revisamos aquí). Muy al contrario, Corominas defiende su origen en el latín vulgar puttus, -a, y de ahí al latín putus,-i, “muchacho”. Cómo relacionar a un muchacho con una prostituta es lo que se nos escapa… En un día en que encontramos a un Covarrubias realmente inspirado, dice de la “puta” en su Tesoro: “la ramera o ruin muger. Dixose quas putida, porque está siempre escalentada, y de mal olor”, antes de soltar un argumento de autoridad con Cátulo. En verdad que algún día habrá que dedicar un espacio a don Sebastián Covarrubias Orozco y su inapreciable labor, pero también a su dificultad por concluir la monumental obra que supuso el Tesoro de la lengua castellana, una de las verdaderas primeras enciclopedias, más allá de un simple diccionario, siglos antes de la de Diderot y compañía. Los años pesaban y tanto “ruin” como “puta” están bastante adentradas en el corpus de la obra…

Hablemos ahora del cabrón. Se habrá visto cómo soy de la opinión de que es utilísimo conocer el origen de estas expresiones, muchas previas al siglo de oro o bien directas de él. Y, de nuevo, no me resisto. “Licenciado don Sebastián de Covarrubias Orozco, capellán de su Majestad, Maestrescuela y canónigo de la Santa Iglesia de Cuenca y consultor del Santo oficio de la Inquisición”, Tesoro de la lengua castellana o española, página ciento quince, entrada “cabrón”:
“…llamar a uno cabrón en todo tiempo, y entre todas naciones, es afrentarle. Vale lo mesmo que cornudo, a quien su muger no lo guarda lealtad, como no la guarda la cabra, que de todos los cabrones se deja tomar”. Qué más queremos de una enciclopedia que sea divulgativa y amena a la vez. Etimológicamente diremos que como palabra (al margen de su significado) “cabrón” es ya documentada en castellano en el siglo XIII, con Gonzalo de Berceo, otro grande de las letras españolas y universales, por tanto.

Con esto hemos agotado nuestro espacio. Nos lo hemos pasado bien investigando para escribir. Si nos reponemos pronto del impacto Covarrubias (debió ser un tipo excepcional), seguiremos otro día con algún otro insulto que teníamos previsto. Vale.

viernes, junio 02, 2006

A tontas y a locas

Podemos calificar a esta antigua expresión española como un viejo modismo. Según el diccionario de la RAE, "modismo" es aquella "expresión fija, privativa de una lengua, cuyo significado no se deduce de las palabras que la forman; p. ej., a troche y moche". Pues vale. Desde luego la formación de la expresión -o el modismo- "a tontas y a locas", no varía. Por supuesto es exclusiva de nuestra lengua y, si bien en el caso de otros modismos -no de este- podemos encontrar equivalentes en otros idiomas, el gracioso doble sentido que descubriremos de "a tontas y a locas", lo hace realmente único, "privativo" del castellano. Podemos encontrar más dudas a la hora de saber si realmente su significado no se deduce de sus palabras integrantes. A ello.

Hacer algo "a tontas y a locas" supone, según el DRAE, hacerlo "desbaratadamente, sin orden ni concierto". El diccionario también nos indica que, gramaticalmente, la citada es una locución adverbial, es decir, una expresión que hace las veces de adverbio en la oración, en este caso, de modo... "-¿cómo? -A tontas y a locas...". No es difícil colegir con esos datos que el modismo debe ser una resulta de obviar algún sustantivo en la oración... como "maneras". "A maneras tontas y locas" debió ser, más o menos, el original (aunque no pasase de la mente del autor primigenio).

El problema viene (o vino, ya desde el siglo XVII, que sepamos) cuando esos adjetivos "huérfanos" de nombre al que acompañar, se convierten ellos mismos en sustantivo y objetos indirectos de la expresión: don Néstor Luján recoge en su Cuento de cuentos, importante tributo, según deduzco, a Quevedo, cómo en el siglo XVII Juan de Robles en El culto sevillano, habla del angustioso compromiso del fraile Juan Farfán:

Convidáronle ciertas monjas para predicarles un sermón grave, dándole poco lugar de estudiar. Subióse al púlpito y escusóse de ello y remató la escusa diciendo: "Pero, al fin, hoy predicaremos a tontas y a locas, como pudiéramos".

Eso parece desmontar, según Luján, la opinión que defendía para Jacinto Benavente (1866-1954) la autoría de la anécdota. Es más, Cervantes usa las mismas palabras, de manera adverbial y literal (cuando insulta así a las doncellas que se entretenían en "vanas locuras"), en dos partes del Quijote. No terminemos este breve artículo sin citar -vía el recomendabilísimo Cuento de cuentos de Néstor Luján, ed. Folio en mi edición- las palabras de Cosme, en el Entremés del soldado, de Luis Quiñones de Benavente:

De aquestas palabras pocas
no os agraviéis, damas, no;
que ya se sabe que yo
lo digo a tontas y a locas.

(Espero que no en exceso se note que el artículo presente ha sido, casual y excepcionalmente, un tanto a tontas y a locas escrito, dado el tiempo que para él he tenido y mi compromiso semanal con los lectores. A tontas y a locas, lo juro, independientemente de quién lo lea).