viernes, noviembre 24, 2006

Mis palabras curiosas

Todos tenemos alguna palabra que nos resulta curiosa. Quizá su sonido, su origen o lo que tiene detrás, provoca en nosotros cierta hilaridad o, al menos, una leve sonrisa. En el presente artículo, he recogido alguna de las mías. Si son de su gusto, hágamelo saber, otro día le contaré más…

Con la relectura de Alatriste (tras la última marea de actualidad que han tenido los libros) recordé la existencia de una palabra de la que Arturo Pérez-Reverte parece gustar y que es la mar de graciosa: pisaverde. Según el DRAE es “hombre presumido y afeminado, que no conoce más ocupación que la de acicalarse, perfumarse y andar vagando todo el día en busca de galanteos”, lo que supone ese tipo de palabras certeras que existen porque hay un concepto muy, muy común que necesita denominación. Su mejor sinónimo le he encontrado en Mesonero Romanos: “lechuguino”. Ese hombre excesivamente dedicado a su apariencia y sin ocupación conocida… ¿cómo se llama? Ya lo tenemos claro. Que me conste, es Don Ramón Mesonero Romanos (1803-1882)palabra documentada por primera vez en 1605 –siglo de oro ¡cómo no!- en “La pícara Justina” de Francisco López de Úbeda. Tras él, nombres de la literatura tan importantes como Benito Pérez Galdós (en “Rosalía” y “La corte de Carlos IV”), Benito Jerónimo Feijoo (en su “Teatro crítico universal”), Baltasar Gracián (en la segunda parte de “El Criticón”) y don Ramón María del Valle-Inclán (en “La corte de los milagros”, “La hija del capitán” y “La marquesa Rosalinda”) lo han usado.

Lo mejor de todo es el desconocimiento general de muchas de estas palabras curiosas. Ahora sabemos que podemos llamar “pisaverde” a uno, con una sonrisa en nuestra boca y que se dé, incluso, por halagado el metrosexual desocupado… La modernidad nos trae hombres que se ocupan en demasía de su aspecto físico y falta de tiempo, vivir deprisa. Ello nos obliga, en muchas ocasiones, a procrastinar tareas. Existía en latín (procrastinare –del griego, vía latín pro, “hacia delante” y del latino cras, “mañana”-) pero la RAE sólo lo recoge en su diccionario desde 1989 (“diferir, aplazar”). La razón es que nos ha sido devuelto –el concepto y la palabra- por el motor original del mundo occidental actual: la cultura anglosajona (procrastinate). Es exactamente el mismo caso que en el de los cursos de postgrado, “másters”; el latín (magister) se olvida en español, lo recuperan los ingleses/americanos (master) y se regresa a nuestro idioma (máster). Hoy en día “procrastinador”, en ciertos ámbitos, comienza a tomar el sentido de “vago”, “perezoso”, pero lo cierto es que, etimológicamente, se puede procrastinar una tarea por cualquier motivo, incluido el cada vez más común: que materialmente no nos dé tiempo en nuestra absorbente jornada laboral. El verbo tiene difícil sinonimia si no es con una perífrasis, así que ya sabe: “procrastine –para mañana- lo que no pueda hacer hoy”…

También existen, no crea, palabras curiosas con un origen que puede llamar a error. En el norte de España le mirarán raro –aquí es “palometa”-; de Madrid para abajo lo tienen asumido y en levante –proviene del Mediterráneo- se les asemeja a su “castañola”. Pida japuta con tranquilidad en la pescadería, ¡hombre!. La razón de ser del nombre del pez no está en el carácter osco y embrutecido que algunos adjudican a los pescadores (y a una supuesta dificultad por pescar este pez, o algo parecido), ya que “japuta” proviene del árabe hispánico “sabbúta” y este del arameo. No insultamos nadie, pues, los pescadores pueden ser perfectamente licenciados en paro y usted no se ha de sonrojar: es uno de los escasos vocablos españoles de origen árabe que aún está en uso.

Creo que era una película o una serie de televisión reciente la que contenía una línea en la que su personaje venía a decir que no sabía qué le daba más miedo, si que existiese una situación o tener una palabra para describirla. Sinceramente y costándome algo de trabajo escribir ahora por la sonrisa… es el caso de prognato. Con todo el respeto del mundo a prognatos y prognatas y todo el que sufra de prognatismo en general, es, según el DRAE, “dicho de una persona: que tiene salientes las mandíbulas”. Aparece felizmente por primera vez hacia 1900 y es palabra del griego pró, “hacia delante”, y gnáthos, “mandíbula”. Le dejo para su juego personal –o en familia, mejor- el buscar un sinónimo (que no recoja el diccionario, que es más divertido y posible) a “prognato”.

Como alguna otra voz del “español tropical” guayabera suena de manera “juguetona” en el oído peninsular. El hecho es que el trasfondo de este vocablo tiene tela… Originariamente, la “guayaba” es el fruto del guayabo. De ahí derivó, en América, hacia una “mentira”, un “embuste” y, en El Salvador, a la memoria eficiente, la capacidad de retentiva. Una guayabera es una mujer, sólo en algunos países de América y las Antillas, mentirosa, no de buena memoria. Además, la segunda definición de guayabera es “prenda de vestir de hombre que cubre la parte superior del cuerpo, con mangas cortas o largas, adornada con alforzas verticales, y, a veces, con bordados, y que lleva bolsillos en la pechera y en los faldones”. La evolución de la guayabera en el diccionario de la RAE ha sido curiosa: aparece por primera vez en la edición de 1925, con el único significado de “chaquetilla corta de tela ligera”; en 1936 se completa con “…fue importada de Cuba, donde la usan los campesinos”; en la edición manual e ilustrada de 1950 desaparecen Cuba y los campesinos; en la de 1956 vuelven a aparecer; en el suplemento al DRAE de 1970, Cuba y los campesinos son erradicados para siempre y sustituidos por “…cuyas faldas se suelen llevar por encima del pantalón”; las faldas desaparecen en el diccionario manual e ilustrado de 1984; no vuelven a aparecer hasta 1992, donde la definición queda así: “chaquetilla o camisa de hombre, suelta y de tela ligera, cuyas faldas se suelen llevar por encima del pantalón”. En 2001 la definición sufre la revolución que hemos visto como primera, en este párrafo. ¡Vaya un tute!.

Se nos acaba el espacio… ¡mecachis!... que también está en el DRAE… ¿o qué se pensaba?. Es un eufemismo para atenuar la expresión vulgar “¡me cago en…!”. Vamos, que te quedas igual de a gusto y suenas un poco mejor…

viernes, noviembre 17, 2006

Larra

Mariano José de LarraNo será malo que comencemos a dedicar algo de espacio a la gente que ha contribuido a dar esplendor a la lengua castellana. Me refiero a sus literatos más representativos. Desde siempre he tenido claro el papel del jamón español entre los jamones del mundo y las películas americanas entre la filmografía completa del globo: sobresalen. Cuando hablamos de literatura española hablamos de literatura universal, eso sí, escrita en castellano.

Y es por afinidad profesional que me obligo a comenzar con don Mariano José de Larra. Nace en Madrid –claro- en 1809. Su pensamiento, liberal y afrancesado al final de su vida, nos llama a la primera reflexión: Larra está vivo, es actual y nos puede enseñar muchas cosas. Leída y releída su obra, queda claro que un tema se encarama obviamente por encima de los demás: la preocupación política y moral por España. Preocupación real y apesadumbrada por su país y sus gentes. Siga leyendo, esto le interesa.

Para el observador objetivo de la historia, puede repeler el hecho de que Larra creyese que los franceses podían tener algo que enseñar en la forma de gobernarse a los españoles; pero lo triste es que así era. La clase política comenzaba a roer las entrañas de la patria –como Larra denuncia en toda su obra- y, para el extranjero europeo civilizado, el español –como hoy- era incomprensible espectador pasivo de todo (Fígaro lo denuncia, como decimos, a lo largo de todos sus escritos, pero magistral y famosamente en “Vuelva usted mañana” donde hace reír a todos y llorar a –como siempre- los desdichados lúcidos). Un paralelismo más con hoy en día, siglo XXI, es claro: la fama del Imperio actual está en declive y parece fácil aventurar que la propaganda de dentro de unos años venderá de manera general a los EE.UU., como ya se hace hoy, como el mal absoluto, pasado. Sin embargo, desde hoy podemos decir a esa gente del futuro que, aprendiendo de ellos, nos podrían haber enseñado grandes cosas –como han hecho en bastante medida y como hizo en su día Francia a España, pero no llegará el día en España en que el político corrupto pague de verdad su delito-.


-Vuelva usted mañana- nos respondió la criada-, porque el señor no se ha levantado todavía.
-Vuelva usted mañana- nos dijo al siguiente día-, porque el amo acaba de salir.
-Vuelva usted mañana- nos respondió el otro-, porque el amo está durmiendo la siesta.
-Vuelva usted mañana- nos respondió el lunes siguiente-, porque hoy ha ido a los toros.
-¿Qué día, a qué hora se ve a un español?

Vímosle por fin, y "Vuelva usted mañana -nos dijo-, porque se me ha olvidado. Vuelva usted mañana, porque no está en limpio".

A los quince días ya estuvo; pero mi amigo le había pedido una noticia del apellido Díez, y él había entendido Díaz, y la noticia no servía. Esperando nuevas pruebas, nada dije a mi amigo, desesperado ya de dar jamás con sus abuelos.

Fragmento de “Vuelva usted mañana”, 14 de Abril de 1833


El Romanticismo acabó con Larra. Sabemos que, hoy en día, la vena amorosa de los escritores románticos del XIX ha derivado el significado general de esa palabra hacia alguien con habilidad en la expresión del amor. El movimiento romántico era mucho más: paisajes desabridos y bellezas imposibles, cementerios a media noche y amores rotos, danzas con esqueletos y las más bellas composiciones eróticas jamás leídas u oídas. Sentimiento y soledad. Pesimismo y compromiso. Frente a la fría razón ilustrada, el Romanticismo europeo reclama el protagonismo para el interior. Coñac y chimenea frente a ventana mojada o gran luna que ilumina lápidas donde se apoya el papel, eran los escenarios donde se escribían algunas de las obras más grandiosas de la Humanidad. Es fácil imaginar la cabeza de Larra con ese influido pesimismo, la situación objetiva del Imperio español en cercana muerte y su sincera mala suerte en su vida amorosa personal.

¡Y es que es tan actual!. Este es un extracto de “Yo quiero ser cómico”. Hasta la casa de Fígaro llega un muchacho que busca ser recomendado para trabajar como cómico. Aún busco al valiente que me afirme las diferencias con los actores de hoy:


-Sin embargo, como yo quiero ser cómico...
-Cierto. ¿Y qué sabe usted? ¿Qué ha estudiado usted?
-¿Cómo? ¿Se necesita saber algo?
-No; para ser actor, ciertamente, no necesita usted saber cosa mayor...
(…)
-¿Sabe usted castellano?
-Lo que usted ve..., para hablar; las gentes me entienden...
-Pero la gramática, y la propiedad, y...
-No, señor, no.
-Bien, ¡eso es muy bueno! Pero sabrá usted desgraciadamente el latín, y habrá estudiado humanidades, bellas letras...
-Perdone usted.
-Sabrá de memoria los poetas clásicos, y los comprenderá, y podrá verter sus ideas en las tablas.
-Perdone usted, señor. Nada, nada. ¿Tan poco favor me hace usted? Que me caiga muerto aquí si he leído una sola línea de eso, ni he oído hablar tampoco... mire usted...
(…)
-¿Sabrá usted quejarse amargamente, y entablar una querella criminal contra el primero que se atreva a decir en letras de molde que usted no lo hace todas las noches sobresalientemente? ¿Sabrá usted decir de los periodistas que quién son ellos para?...
-Vaya si sabré; precisamente ese es el tema nuestro de todos los días. Mande usted otra cosa.

Al llegar aquí no pude ya contener mi gozo por más tiempo, y arrojándome en los brazos de mi recomendado:
-¡Venga usted acá, mancebo generoso -exclamé todo alborozado-; venga usted acá, flor y nata de la andante comiquería: usted ha nacido en este siglo de hierro de nuestra gloria dramática para renovar aquel siglo de oro, en que sólo comían los hombres bellotas y pacían a su libertad por los bosques, sin la distinción del tuyo y del mío! ¡Usted será cómico, en fin, o se han de olvidar las reglas que hoy rigen en el ejercicio!

Fragmento de “Yo quiero ser cómico”

Y ahora compárese con las bondades interpretativas de engendros como “Alatriste” –la película, claro-. Aunque bien mirado, todavía tuvo suerte don Mariano… ¡si llega a ver convertidos, como pasa ahora, a los actores –de su clara admiración- en funcionarios –de su amor más profundo y asesino-!.

Y si el tema de Larra, para mí, era su pesimismo justificado, su virtud fue la de hacernos reír en ella, llorando por el fondo, cuyos restos aún sufrimos. En serio, no son sólo palabras lo que lanzo ahora, a poco bien mirado, hablo de los males endémicos de una nación, eterna promesa de gran país. Los retratos de costumbres de las gentes que, desde la creación de la perniciosa clase política española, viven adormecidos en el “que actúe otro ante esa prevaricación” son otro fuerte de Larra. Las vivencias y personajes de la corte, del Madrid de la primera mitad del XIX, son paso obligado de todo el que se quiera formar una buena idea de cómo era aquello (¡tan parecido, pero tan parecido a hoy!). En uno de sus artículos más conocidos –hasta hace poco lectura incluida en los libros de texto de Secundaria, desconozco si sigue ahí- relata la epopeya vivida supuestamente por él, al aceptar de mala gana la invitación de un “refinado” conocido, Braulio, para cenar…


A todo esto, el niño que a mi izquierda tenía, hacía saltar las aceitunas a un plato de magras con tomate, y una vino a parar a uno de mis ojos, que no volvió a ver claro en todo el día; y el señor gordo de mi derecha había tenido la precaución de ir dejando en el mantel, al lado de mi pan, los huesos de las suyas, y los de las aves que había roído; el convidado de enfrente, que se preciaba de trinchador, se había encargado de hacer la autopsia de un capón, o sea gallo, que esto nunca se supo; fuese por la edad avanzada de la víctima, fuese por los ningunos conocimientos anatómicos del victimario, jamás parecieron las coyunturas.

(...)

El susto fue general y la alarma llegó a su colmo cuando un surtidor de caldo, impulsado por el animal furioso, saltó a inundar mi limpísima camisa: levántase rápidamente a este punto el trinchador con ánimo de cazar el ave prófuga, y al precipitarse sobre ella, una botella que tiene a la derecha, con la que tropieza su brazo, abandonando su posición perpendicular, derrama un abundante caño de Valdepeñas sobre el capón y el mantel; corre el vino, auméntase la algazara, llueve la sal sobre el vino para salvar el mantel; para salvar la mesa se ingiere por debajo de él una servilleta, una eminencia se levanta sobre el teatro de tantas ruinas. Una criada toda azorada retira el capón en el plato de su salsa; al pasar sobre mí hace una pequeña inclinación, y una lluvia maléfica de grasa desciende, como el rocío sobre los prados, a dejar eternas huellas en mi pantalón color de perla; la angustia y el aturdimiento de la criada no conocen término; retírase atolondrada sin acertar con las excusas; al volverse tropieza con el criado que traía una docena de platos limpios y una salvilla con las copas para los vinos generosos, y toda aquella máquina viene al suelo con el más horroroso estruendo y confusión. "¡Por San Pedro!" exclama dando una voz Braulio, difundida ya sobre sus facciones una palidez mortal, al paso que brota fuego el rostro de su esposa. "Pero sigamos, señores, no ha sido nada", añade volviendo en sí.

(…)
¿Hay más desgracias? ¡Santo cielo! Sí, las hay para mí, ¡infeliz! Doña Juana, la de los dientes negros y amarillos, me alarga de su plato y con su propio tenedor una fineza, que es indispensable aceptar y tragar; el niño se divierte en despedir a los ojos de los concurrentes los huesos disparados de las cerezas; don Leandro me hace probar el manzanilla exquisito, que he rehusado, en su misma copa, que conserva las indelebles señales de sus labios grasientos; mi gordo fuma ya sin cesar y me hace cañón de su chimenea; por fin, ¡oh última de las desgracias!, crece el alboroto y la conversación; roncas ya las voces, piden versos y décimas y no hay más poeta que Fígaro.
-Es preciso.
-Tiene usted que decir algo -claman todos.
-Désele pie forzado; que diga una copla a cada uno.
-Yo le daré el pie: A don Braulio en este día.
-Señores, ¡por Dios!
-No hay remedio.
-En mi vida he improvisado.
-No se haga usted el chiquito.
-Me marcharé.
-Cerrar la puerta.
-No se sale de aquí sin decir algo.

Y digo versos por fin, y vomito disparates, y los celebran, y crece la bulla y el humo y el infierno.

Delicioso, antológico e inmejorable fragmento de “El castellano viejo”, 11 de diciembre de 1832

Fueron pocos los escritores románticos, aquí y en el mundo, que murieron de viejos. El pesimismo general les acompañaba desde el alba hasta el ocaso y, desde ahí, en las horas de madrugada, tormento interior –creo sinceramente que fue esta la época en la que la madrugada dejó de ser para dormir, a todos los efectos-. En “El día de difuntos de 1836”, Mariano José de Larra describe un primero de noviembre en el que esos vivos que creen ir a visitar a sus finados son los verdaderos muertos. Tras un magistral artículo, es curioso como, al final del escrito, parece querer decirnos que su lucha contra el pesimismo es continua, pero inútil, debido al estado de su interior…


Pero ya anochecía, y también era hora de retiro para mí. Tendí una última ojeada sobre el vasto cementerio. Olía a muerte próxima. Los perros ladraban con aquel aullido prolongado, intérprete de su instinto agorero; el gran coloso, la inmensa capital, toda ella se removía como un moribundo que tantea la ropa; entonces no vi más que un gran sepulcro; una inmensa lápida se disponía a cubrirle como una ancha tumba.
No había aquí yace todavía; el escultor no quería mentir; pero los nombres del difunto saltaban a la vista ya distintamente delineados.

¡Fuera, exclamé, la horrible pesadilla, fuera! ¡Libertad! ¡Constitución! ¡Tres veces! ¡Opinión nacional! ¡Emigración! ¡Vergüenza! ¡Discordia! Todas estas palabras parecían repetirme a un tiempo los últimos ecos del clamor general de las campanas del día de Difuntos de 1836.

Una nube sombría lo envolvió todo. Era la noche. El frío de la noche helaba mis venas. Quise salir violentamente del horrible cementerio. Quise refugiarme en mi propio corazón, lleno no ha mucho de vida, de ilusiones, de deseos.

¡Santo cielo! También otro cementerio. Mi corazón no es más que otro sepulcro. ¿Qué dice? Leamos. ¿Quién ha muerto en él? ¡Espantoso letrero! ¡Aquí yace la esperanza!
¡Silencio, silencio!

Fragmento de “El día de difuntos de 1836”, 2 de noviembre de 1836


Apenas cuatro meses después, con veintiocho años, don Mariano José de Larra, tras una visita de su amante, Dolores Armijo, quien le comunicó la ruptura definitiva de su relación, amartillaba una pistola, se la llevaba a la sien… y disparaba.

viernes, noviembre 10, 2006

España e Islam: dos caminos (y II)

Santiago MatamorosLos árabes estuvieron setecientos años en España. Sin embargo, como recogimos en la anterior entrega, poco queda de su impronta en nuestro país que no esté en el resto del globo, como poco se llevaron. La esgrima del estudio de los biólogos y genetistas que llevaron a cabo su investigación en la Pompeu Fabra y la publicaron en prestigiosísimas revistas científicas no tenía otro fin que apoyar la tesis cuya parte lingüística desarrollamos hoy: sin connotaciones políticas ulteriores, afirmamos que no queda nada cuantitativamente apreciable en la población española actual de la invasión musulmana de la península que no se haya extendido al resto del mundo.

La invasión iniciada por Tarik ibn Ziyad y Musa ibn Nusair en el 711 trajo multitud de conocimiento a la península. Fueron en muchos casos técnicas olvidadas por los visigodos, practicadas antes por romanos y griegos y, en muchas otras viejas ciencias hindúes y medio asiáticas de las que los árabes fueron impulsores, desarrolladores y transmisores. Muy probablemente Gótico y Renacimiento no se entiendan como fueron sin el conocimiento recuperado por los árabes (arquitectura, matemáticas… sabemos que no el arte, ¡por Dios! –o por culpa de Alá-). Ahí está la oveja –la madre del cordero-: el paso del tiempo y las relaciones europeas hicieron que nada que trajesen los árabes se quedase –de manera cuantitativamente apreciable- sólo en España. Lo hemos demostrado en la genética y lo desarrollamos más hoy, en nuestra lengua, nuestro campo. La recuperación de Aristóteles por parte de Averroes (un pensador mal visto por la ortodoxia musulmana de su tiempo) es impagable, inaprecible, pero hoy en día no tiene más influencia en España que en el resto del mundo. Y como esto, el resto.

El otro día dijimos que de las cuarenta y cuatro mil trescientas diez (44310) palabras de las que la RAE conoce o cree conocer su origen, tan solo un 2´9%, es decir, mil trescientas (1300) son de origen árabe. Lo verdaderamente valioso de ese dato es que, por el contrario, el latín, junto con sus lenguas derivadas –las romances- suman treinta y ocho mil cuatrocientos sesenta y tres (38463) vocablos, un 86´8% de las palabras cuya ascendencia declara el RAE. Así las cosas, no queremos decir que setecientos años de relación –no mucha, como vemos- no dejasen ninguna huella en la lengua española, pero sí que ésta es menor de lo que cabría esperar y, desde luego, menor de lo que el mito popular ha mantenido. La razón de la tesis que mantenemos es clara: las relaciones de las gentes de la época –musulmanes y cristianos- fueron mucho más que escasas; de hecho, según el historiador César Vidal, la población musulmana fue engrosada, en su mayoría, por una baja nobleza infanzona –en término cristiano/latino- cuyo vínculo con los católicos en territorio de dominio estable, se limitó al cobro de impuestos y el intento de la consecución del mayor número de conversiones posibles. Volviendo al hecho genético que nombramos, a cualquiera se le hace difícil la imaginación en la época de matrimonios mixtos, ¿verdad?. Sin negar las excepciones contadas con los dedos de una mano, ¿cuánto de esa carga genética intercambiada corresponde a violaciones en razias e incursiones?. Mucho, qué duda cabe.

El admirable don Ramón Menéndez Pidal en su “Manual de gramática histórica española”, refiriéndose a la influencia del idioma árabe en el castellano –que él conocía tan bien-, dijo:

“Nos enseñaron a proteger bien la hueste con atalayas, a enviar delante de ella algaradas, a guiarla con buenos adalides, a vigilar el campamento con robdas o rondas, a dar rebato en el enemigo descuidado”

Don Ramón Menéndez Pidal (1869-1968)Se habrá deducido que las palabras en negrita que tan acertadamente señalaba don Ramón –y que tan en desuso están hoy en día, nótese que ha de aclarar lo de “robdas” con una palabra de origen romance- son de origen árabe. Curiosamente, sin embargo, apuntaré una cosa que Menéndez Pidal, a ciencia cierta, sabía: salvo los vocablos en negrita y el verbo “guiar” –que Corominas cree de lejano origen gótico- todo el resto de palabras en su cita son de origen latino; todas. La proporción árabe-latina es reveladora, sobre todo teniendo en cuenta que está adulterada pues es un texto temático: habla de palabras de origen árabe. Sabemos que su importancia en el vocabulario español es mucho menor, lo dijimos, ni un tres por ciento.

Todo no quita para que haya algunas palabras importantes de fuente árabe, si bien la mayoría pertenecen al árabe hispánico –variedad del idioma que sólo se habló en la península- y se refieren a elementos, cargos militares, y hechos referidos a la cultura musulmana (como “alfaquí”, “aleya”, “cabila”, “cúfico”, “hégira”… y centenares más, que dejamos para los tratados religiosos e históricos, no para el día a día del español). Como curiosidad, alrededor del cincuenta (50) por ciento de las palabras españolas de origen árabe empiezan por la letra a.

De nuevo hay leves trazas de esos setecientos años en las palabras que son privativas del castellano; las transacciones comerciales, relaciones políticas y el escaso nexo social hicieron que se impusieran formas –pocas, eso sí- árabes sobre latinas y bárbaras. De las más importantes podrían ser “aceite” (que desplazó al “óleo” latino que se impuso, en cambio, en el resto del mundo, si bien esta forma romana no deja de ser castellano y algunos de sus derivados son más comunes en algunas zonas de España, como “oliva”), “ajedrez”, “alcalde”, “farruco”, “zanahoria” o “zumo” –aunque su sinónimo latino “jugo” pertenece a la categoría que tratamos a continuación-.

Lo que realmente ilustra lo que mantenemos –la inexistencia de rasgos/restos árabes cuantitativamente apreciables en la cultura, lengua y hasta genética hispana actual, que no se hallen también presentes en el resto del mundo- es esa clase de palabras que, con origen árabe, existe en español y en el resto de lenguas. Entre esas estarían “limón”, “marroquí”, “máscara”, “riesgo”, “sofá”, “tabaco” y, de nuevo, centenares más hasta completar las mil trescientas.

Cuando hay verdad y ciencia por delante, lo que la mojigatería actual –pala de tumba de la cultura occidental- considere como “políticamente incorrecto” o “inadecuado”, me importa tres sinceras narices. El mito, sin mayor acritud o crispación debería acabar. Setecientos años, sí: ellos por un lado y nosotros
–porque seguimos siendo los mismos, según los profesores Calafell, Plaza, Pérez-Lezaun, Comas y Bertranpetit, entre otros- por otro. Un consejo para acabar: claro que es mejor con el DRAE, pero si se animan a buscar la lista completa de los vocablos castellanos de origen árabe en Internet, la encontrarán en varias páginas, en español, generalmente de propaganda musulmana. Si se reponen, como yo, del ataque de risa tras leer lo de “la superioridad de la lengua árabe sobre la latina”, ándense con ojo; en algunos de estos listados se incluyen palabras que no son del origen buscado. En castellano, admitidas por la RAE, existen mil ciento sesenta y tres (1163) palabras de directa ascendencia árabe y mil trescientas (1300) de origen directo e indirecto, no más. Así que, por ejemplo, ni “quiosco” (del pelvi, vía persa, vía turco y vía francés), ni “añicos” (del celta), ni “olé” (origen expresivo) ni demás “zarandajas” (latín, claro).

viernes, noviembre 03, 2006

España e Islam: dos caminos (I)

Rendición de la ciudad de Granada por parte de los Reyes Católicos en 1492 Estudios genéticos recientes demuestran el moderado intercambio genético habido entre las poblaciones históricas de la Península Ibérica y el Magreb. El análisis de los polimorfismos genéticos complementa y confirma lo que vemos también a través de la lengua castellana: ni la invasión musulmana de la Hispania visigoda produjo un intercambio genético fluido y normalizado; no queda nada cuantitativamente apreciable árabe en la población de la España actual que no se halle presente en el resto del mundo.

Los argumentos genéticos para hablar de teorías políticas están mal; siempre lo han estado y la reputación del tipo de gente que los ha usado –en todo el siglo XX- no lo mejora, precisamente. Afortunadamente esto es un rincón de la lengua española y, por lo tanto, su cultura; no vamos a hacer, directa o indirectamente, ningún tipo de análisis político: tan sólo lingüístico y cultural. El estudio que resumiremos muy brevemente apoya la evidencia lingüística de una falta casi total de influencia de la dominación árabe de la península en la lengua y la cultura hispana.

Los profesores Bosch, Calafell, Plaza, Pérez-Lezaun, Comas y Bertranpetit publicaron en Febrero de 2003, en “Investigación y Ciencia” (la versión española de la prestigiosa “Scientific American”) el artículo titulado “Genética e historia de las poblaciones del norte de África y la península Ibérica”. La investigación que recogía fue llevada a cabo en la Unidad de Biología evolutiva de la Universidad Pompeu Fabra de Barcelona. Varios de estos profesores habían publicado ya en otras revistas científicas de prestigio otros reportajes
-recogiendo las mismas conclusiones- cuyos títulos nos dan una pista de lo que pasaremos a explicar en breve: en Human Genetics, vio la luz el reportaje “Alu insertion polymorphisms in NW Africa and the Iberian Peninsula: Evidence for a strong genetic boundary through the Gibraltar Straits" (“Polimorfismos tipo inserciones Alu en el noroeste africano y la Península Ibérica: evidencia de una fuerte frontera genética a través del estrecho de Gibraltar”) y en American Journal of Human Genetics fue publicado “High Resolution Analysis of Human Y-chromosome variation shows a sharp discontinuity and limited gene flor between NW Africa and the Iberian Peninsula” (“El análisis de alta resolución de la variación del cromosoma Y humano muestra una discontinuación aguda y flujo génico limitado entre el noroeste africano y la Península Ibérica”).

Santiago Matamoros, siglo XVIII, New Orleans Museum of ArtAlgún día tendremos que hablar de la virtud de la concisión en los títulos de los reportajes científicos… pero nos han valido. Sabemos ya lo que demostraron en su día esas investigaciones. En síntesis y como ejemplos, los linajes del cromosoma Y originados en el magreb, como el E3b2 -según la notación utilizada-, tienen una frecuencia estimada en la península del 8%. Inversamente, los linajes de posible origen ibérico –europeos, seguro-, como el grupo R1b, suman un 3´6% del acervo genético magrebí. Hay carga genética de la otra parte en cada una, claro, pero la evidencia es clara: ni los setecientos años de dominación árabe sirvieron para normalizar y establecer un flujo génico entre el Islam y el Cristianismo hispánico; las poblaciones no se mezclaron y, al contrario que con la invasión romana, fueron siete siglos de “ellos por su lado y nosotros por el nuestro”. La cultura latina fue, y sigue siendo, el verdadero pilar de la actual cultura hispánica. Su Derecho, su lengua, su pensamiento, sus instituciones, sus tradiciones –tamizadas por el Cristianismo-, hasta la comida nos viene de Roma.

Todos los veranos se celebra la festividad de “las Guerras cántabras” en la localidad de Los Corrales de Buelna. Es una multitudinaria conmemoración llena de detalle, cuidado y, a la vez, fiesta y buen humor. Allí es frecuente escuchar alabanzas a la parte de “los cántabros” hacia su valentía y bravura, oyéndose cosas como “…es que éramos tal…” o “…nosotros conocíamos mejor el terreno…” por parte de cántabros actuales. El problema es que nosotros, los de ahora, somos mezcla de esos dos: habitantes de la Península Ibérica y conquistadores latinos. Mal que les pese a los activos de la mojigatería actual, la verdadera mezcla vino con los romanos y no con los árabes; a algunos esto les parecerá bueno, a otros malo: la evidencia histórica-genética, lingüística y cultural está clara. Ellos nos trajeron civilización y genética también; gracias a ellos somos latinos y por ellos yo escribo ahora en un latín ultra evolucionado.

¿De verdad conecta y se relaciona esto, como se ha dicho arriba, con la lengua española? ¿va a dar este rollo genético-cultural, festivo cántabro a algo relacionado con el español?: Sí. Hemos descubierto que de las cuarenta y cuatro mil trescientas diez (44310) palabras de las que la RAE conoce o cree conocer su origen tan solo un 2´9%, es decir, mil trescientas (1300), siendo generosos, son de origen árabe. Decimos “siendo generosos” pues tomamos las palabras en las que el árabe ha tenido influencia en su formación, no sólo las de directa descendencia (que serían unas mil ciento sesenta -1160-). Además tenemos en cuenta para ello todas las variaciones del idioma árabe: regular, beduino, clásico, dialectal, hispánico, marroquí y vulgar. De entre todas estas variantes del árabe, la que más presencia tiene como origen de vocablos castellanos es el que sólo se habló en la península en una época determinada, el hispánico, con novecientas noventa y cinco (995) palabras. ¿La verdadera importancia de todo esto? es el hecho de que el latín, junto con sus lenguas derivadas –las romances- suman treinta y ocho mil cuatrocientos sesenta y tres (38463) vocablos, un 86´8% de las palabras cuyo origen conoce la RAE. Las lenguas amerindias (nahua, mapuche, quechua…) tiene mil trescientas ochenta y ocho (1388), más que el árabe.

La semana que viene diseccionaremos las palabras españolas de origen árabe y ahondaremos en la tesis cultural que mantenemos: poco o nada queda en la población española actual de la cultura árabe que no esté presente en el resto del mundo. Relacionar esto con la lengua española y su independencia, como hemos empezado a demostrar, del árabe, nos dará la medida real de nuestro origen como pueblo, cultura y tipo de seres humanos. ¡Hasta entonces!.