viernes, diciembre 29, 2006

Navidad, dulce Navidad (+audio)

Sigamos ahora con el impulso último que ha tomado este rincón de la lengua por acercarnos cada vez más a los más conocidos artífices pasados de nuestro castellano actual. Acordes con las fechas, hemos decidido meternos de lleno en la Navidad. Tiempo religioso por definición, seleccionamos unos pocos textos relativos a estos días de unos cuantos autores principales en lengua castellana. Siempre que podamos y tratemos un autor en ECA lo haremos jalonando el artículo de algún texto suyo; en esta ocasión, si queremos incluir un poco más, respetando el espacio máximo para cada artículo, hemos de reducir nuestra participación. El sonido que lo acompaña testificará sobre nuestra labor, y bien podría mostrarse a los niños, ponerse en las frecuentes y buenas reuniones familiares que abundan estas semanas o… disfrutarse en soledad. A mí sólo me queda desearles de corazón feliz Navidad, próspero Año Nuevo y agradecerle a Eva Pilar su colaboración en la versión sonora de este artículo, que es más compilación de textos que nunca.

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Quiero empezar por una breve pieza de uno de mis poetas favoritos: Juan Ramón (Moguer, 1881-Puerto Rico, 1958). Premio Nobel en 1956, es seguro que todos debemos perdonar a sus colegas contemporáneos quienes, algunos con reconocido nombre, nunca le perdonaron (y aun le ridiculizaron y acosaron) que no hiciese arte combativo, literatura política, en lugar de su “arte por el arte”, el arte desnudo, bello, sin más. Esta composición está sacada de sus “Borradores inéditos”. (Posición en sonido: 00:00)

Jesús, el dulce, viene...
Juan Ramón Jiménez


Juan Ramón JiménezJesús, el dulce, viene...
Las noches huelen a romero...
¡Oh, qué pureza tiene
la luna en el sendero!

Palacios, catedrales,
tienden la luz de sus cristales
insomnes en la sombra dura y fría...
Mas la celeste melodía
suena fuera...
Celeste primavera
que la nieve, al pasar, blanda, deshace,
y deja atrás eterna calma...

¡Señor del cielo, nace
esta vez en mi alma!

No podía faltar en esta pequeña relación un escritor puramente religioso. En un campo en el que España tiene el primer lugar práctico histórico, el misticismo cristiano, Juan de Yepes Álvarez, San Juan de la Cruz, (Fontiveros, 1542-Úbeda, 1591) se eleva como figura principal junto con Santa Teresa de Jesús, y nos ofrece este romance. Lo hemos escogido porque acaso pareciera que San Juan nos escribió esta composición en el siglo XVI (introduciendo la mala costumbre de convertir las bodas en transacciones comerciales –con el detalle de las joyas-, relacionándolo con el dolor del Niño del Nacimiento) para nosotros, los del XXI, donde la Natividad quizá se convierte en algo demasiado comercial, en exceso material y económico. (Posición en sonido: 00:44)

Romance del Nacimiento
San Juan de la Cruz

San Juan de la CruzYa que era llegado el tiempo
en que de nacer había,
así como desposado
de su tálamo salía,

abrazado con su esposa,
que en sus brazos la traía,
al cual la graciosa Madre
en su pesebre ponía,

entre unos animales
que a la sazón allí había,
los hombres decían cantares,
los ángeles melodía,

festejando el desposorio
que entre tales dos había,
pero Dios en el pesebre
allí lloraba y gemía,

que eran joyas que la esposa
al desposorio traía,
y la Madre estaba en pasmo
de que tal trueque veía:

el llanto del hombre en Dios,
y en el hombre la alegría,
lo cual del uno y del otro
tan ajeno ser solía.

El nicaragüense Félix Rubén García Sarmiento, Rubén Darío (Matagalpa, 1867-León, 1916), también estará presente en nuestra cita con esta bella e íntima
–como siempre en él- composición sobre los Reyes Magos de 1905 (posición en sonido: 01:30):

Los tres Reyes Magos
Rubén Darío

Rubén Darío–Yo soy Gaspar. Aquí traigo el incienso.
Vengo a decir: La vida es pura y bella.
Existe Dios. El amor es inmenso.
¡Todo lo sé por la divina Estrella!

–Yo soy Melchor. Mi mirra aroma todo.
Existe Dios. Él es la luz del día.
¡La blanca flor tiene sus pies en lodo
y en el placer hay la melancolía!

–Soy Baltasar. Traigo el oro. Aseguro
que existe Dios. Él es el grande y fuerte.
Todo lo sé por el lucero puro
que brilla en la diadema de la Muerte.

–Gaspar, Melchor y Baltasar, callaos.
Triunfa el amor, ya su fiesta os convida.
¡Cristo resurge, hace la luz del caos
y tiene la corona de la Vida!


Pretendíamos incluir aquí uno de los cuentos que Emilia Pardo Bazán (La Coruña, 1851-Madrid, 1921) escribió sobre la Navidad. Fueron más de quinientos cuentos los que la gallega escribió en su vida y, ni siquiera los dedicados a la Natividad, redujeron su duración normal y cabal, lo que nos impide recoger alguno ahora; queda la mención hecha, el reconocimiento cumplido y la admiración por esta mujer plasmada, creo, en estas líneas.

Acabemos con el más contemporáneo: mi paisano Gerardo Diego (Santander, 1896-Madrid, 1987). Miembro de la Generación del 27, obtuvo numerosos premios y reconocimientos literarios a lo largo de su vida (Cervantes, Nacional de Literatura, miembro de la RAE desde 1947…) y hoy nos deja, para acabar, con este “¿Quién ha entrado en el portal de Belén?” (posición en sonido: 02:27):

¿Quién ha entrado en el portal de Belén?
Gerardo Diego


Don Gerardo Diego¿Quién ha entrado en el portal,
en el portal de Belén?
¿Quién ha entrado por la puerta?
¿quién ha entrado, quién?.

La noche, el frío, la escarcha
y la espada de una estrella.
Un varón -vara florida-
y una doncella.

¿Quién ha entrado en el portal
por el techo abierto y roto?
¿Quién ha entrado que así suena
celeste alboroto?

Una escala de oro y música,
sostenidos y bemoles
y ángeles con panderetas
dorremifasoles.

¿Quién ha entrado en el portal,
en el portal de Belén,
no por la puerta y el techo
ni el aire del aire, quién?.

Flor sobre impacto capullo,
rocío sobre la flor.
Nadie sabe cómo vino
mi Niño, mi amor.

viernes, diciembre 22, 2006

“Del interrogatorio de las partes”

En el presente artículo, que relata una situación ocurrida en un juicio real, se han omitido nombres y las preguntas que se trascriben han sido modificadas. A pesar de no existir obligación legal alguna al respecto, el autor ha preferido presentar de este modo el caso, preservando el anonimato de los funcionarios interventores, defensores, los representantes legales y las partes de un conflicto entre personas físicas y jurídicas estrictamente privadas.

El otro día tuve que presenciar un juicio. Era un juicio “ordinario” no sólo por la clasificación que de él hizo la justicia, sino por el tipo de gente que, en un caso, lo llamaban “demandado”, con desagradable voz nasal y evidentes faltas de educación –nótese que no hablo de su representante legal, afortunadamente, pues hubo que escucharlo más que al “demandado”-. Creo que, sin pretenderlo, este artículo (cuya idea me sobrevino en aquella sala del juzgado) se va a convertir en un predecesor para un pequeño vuelco con temática judicial que preparo para el formato habitual de “El castellano actual” una de estas semanas. Pero tiempo al tiempo.

Fíjense que, en un momento determinado, la juez interrumpió el cuestionario que una de las abogadas estaba llevando a cabo; le exigió que “reformulase” la pregunta, haciéndola “en afirmativo, acorde con lo que dicta la ley”. La letrada sólo había pretendido cuestionar al demandado por la(s) razón(es) de no haber procedido a la ejecución de una mudanza, mediante su empresa, el día y la hora pactados con el demandante. La pregunta fue un simple: “¿Por qué faltó a su compromiso de realizar la mudanza de mi cliente como habían pactado?”. Según lo que pudimos oír, a la juez le valía cualquier tipo de pregunta que empezase con “¿Es cierto…?”, así la cuestión estaría formulada en “sentido afirmativo”, si empezaba por “¿Por qué…?”, entonces no; ¡claro! con esas, es complicado preguntar por las razones para no hacer algo sin aventurar una hipótesis. Pruébenlo: “¿Es cierto que faltó a su compromiso…?”, no queremos preguntar eso… queremos interrogarle por las razones de no haber hecho la mudanza… ¿”Es cierto que faltó a su compromiso porque… se le puso de las narices / se le olvidó / estaba viendo la tele / tenía que rezar mirando a La Meca / es contrario a sus creencias el trabajar un lunes?”…

El interrogatorio de las partes en aquel juicio se regía por la “Ley 1/2000, de 7 de Enero, de Enjuiciamiento Civil”; en su capítulo VI (“De los medios de prueba y las presunciones”), su sección I se titula “Del interrogatorio de las partes” y el artículo 302 –dentro de ésta- es el Contenido del interrogatorio y admisión de las preguntas, cuyo primer punto reza:

“Las preguntas del interrogatorio se formularán oralmente en sentido afirmativo, y con la debida claridad y precisión. No habrán de incluir valoraciones ni calificaciones, y si éstas se incorporaren se tendrán por no realizadas.”

De manera generalmente aceptada, son las oraciones enunciativas las que tienen sentido afirmativo (como en “La ley está deficientemente redactada”) o negativo (por ejemplo “La relación de los juristas con la lengua no es demasiado fluida”). Suelen ser los adverbios los que marcan la diferencia. Un “no”, “nunca”, “jamás” etcétera convierten una válida –para el sistema judicial español o esta juez- sentencia afirmativa en una perniciosa, tendenciosa y maliciosa oración negativa. No toda la crítica acepta más clasificación para las oraciones interrogativas que “directas e indirectas” –que nada tiene que ver con lo que aquí hablamos-, sin embargo, en cualquier caso, la relevancia de que estas oraciones pertenezcan al “género” afirmativo o negativo, debería relativizarse, porque si no, un sencillo “¿Por qué el conejito siempre comía hierba?” se convierte –según el magistrado de turno- en una pregunta contraria a la ley. La versión negativa de esa misma pregunta –no su contraria- sería “¿Por qué nunca el conejito no comía hierba?”… vaya animalada (con doble negación, que es afirmación, en español).

El hecho es, pues, que para hacer una pregunta con la que esa juez se sintiese cómoda, y cuestionar, como era la intención de la letrada, por motivos, no por hechos absolutos –“sí o no”, como en “¿Metió usted al conejito a la cárcel?”-, no se podía hacer de otra manera que no fuese avanzando una hipótesis (recordemos nuestros ejemplos de la tele, La Meca y tal…), es decir, valorando y contradiciendo la segunda parte del artículo 302 que hemos trascrito ¿no?.

Lo que la ley -o el legislador, mejor dicho- quiso decir es que no debía confundirse al compareciente, normalizando las preguntas que se puedan así formular, en afirmativo. La pregunta “¿Por qué faltó a su compromiso de realizar la mudanza…?” habría de ser perfectamente legal y el punto del artículo 302, para evitar equívocos, debería quedar así:

“Las preguntas del interrogatorio se formularán oralmente en sentido afirmativo, cuando su construcción no entorpezca de manera objetiva su entendimiento y con la debida claridad y precisión, evitando la confusión al interrogado”.

Y es que aunque la jueza no tuviese razón si le consiguiésemos hacer ver que hay oraciones legales que empiezan por “¿Por qué…?”, ¡anda que no es mejor a pesar de su sentido negativo “¿Por qué demonios no hizo la mudanza pactada?”, que “¿Por qué faltó al compromiso pactado con mi cliente relativo a… ¡yo que sé lo que estaba preguntando!…?”.

Si la iniciativa “pindio” llega a buen fin, quizá nos animemos a promover la modificación de la ley 1/2000, pero eso será otra historia… muy distinta… (por si acaso, no lo tomen muy en serio).

viernes, diciembre 15, 2006

Animaladas (+audio)

Vamos a intentar ahora algo distinto. Sea porque los críos están de vacaciones por las fechas, porque veo el tema curioso y poco tratado, o… por lo que sea, vamos a hablar, en forma de narración breve, de los distintos nombres que reciben las acciones de los sonidos de varios animales. ¿Se acuerdan del típico “el perro ladra, el gato maúlla…”? Esto será igual pero con verbos… algo más desconocidos. Además, lo completamos con su versión sonora para poder escuchar a los animales de la historia… ¿vamos a ello?

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Todo el grupo estaba alerta; la frondosidad del bosque dificultaba en mucho su labor pero nadie se daba por vencido. Era su trabajo y lo iban a acabar, bajo cualquier circunstancia. El problema no eran solo los árboles y su espesura, si no la enorme cantidad de pájaros que habitaban allí, que formaban parte de la colección del zoo y que, aunque estando en su sitio, no les dejaban oír en condiciones lo que les interesaba. De todas las especies escapadas sólo habían recuperado a tres, pero el sistema que seguían, gracias a Tobías, era infalible. Por mucho tiempo que les llevase, acabarían encontrando a todos los animales y devolviéndolos a sus jaulas. Salva, el encargado del equipo informático, recibía y localizaba las señales acústicas más lejanas y, de manera inalámbrica, se las transmitía a Tobías, amplificadas. Así, el grupo comandado por el experimentado Javier había capturado ya a las grullas –gracias a que las oyeron gruir-, a la perdiz –cuando captaron su cuchichiar primero, titear después para llamar a sus polluelos y ajear o serrar al fin cuando se vio acosada- y a la pareja de gamos –siguiéndoles por su roncar, pues oyeron al macho llamar a la hembra, y luego balar o gamitar-.

El zoo era la única colección animal urbana del mundo que tenía tal extensión de bosque en su interior, capricho de su fundador, que había hecho que llamasen al equipo de Javier tras la acción de los vándalos que permitieron a los pobres bichos escaparse la noche anterior. El experimentado aventurero contaba en su equipo con cinco personas más –aparte de los básicos Tobías y Salva- que se encargaban de la neutralización de los animales (bien con dardos, a la fuerza, redes, trampas y demás artilugios, diseñados todos para infligir el mínimo daño a las especies, bien con Tor, el listísimo pastor alemán). No hizo falta ninguna tecnología, ni ningún sistema de captura complicado cuando escucharon, a menos de cien metros, lo que Tobías identificó, tras su amplificación, como el roznido del asno, o lo que en Galicia, León y Zamora llaman también ornear. Poco después, gracias a los aparatos y la pericia de Salva, pudieron dar con el cuervo, siguiendo su grajear, crascitar, croajar o urajear.

Era cerca del mediodía y el grupo paró junto al lago para descansar cinco minutos. La disciplina era férrea y todos la seguían a rajatabla. Se diría que, desmontando mochilas y posando herramientas no hicieron ni un solo ruido. En el silencio del bosque, roto solo por el ruido del agua, Tor empezó a latir. Detectó un sonido que Salva pudo amplificar para Tobías. Era la cigüeña, crotorando con su pico. En siete minutos fue localizada, neutralizada y enviada al centro receptor provisional. Javier, haciendo gala de su fama de serio y firme, ganada a pulso, presionó con un par de charlas personales a sus hombres –una de ellas con Salva, al que le pidió “el 110%”-. Pero el equipo, por orgullo y lealtad con Javier, sólo pudo capturar cuatro especies más antes del anochecer. Al pato lo siguieron por su parpar, a los loros por su garrir y a los tres pavos cuando uno de ellos titó, llamando a los otros dos. La vaca y el ternero fueron fáciles, Salva los detectó a tres kilómetros de su posición, ambos remudiaban constantemente para encontrarse, entre árboles, completamente fuera de su hábitat natural. Y así, sin descanso en su labor… llegó la noche.

Si no fuese porque sólo quedaban tres animales y porque estaban absolutamente metidos y comprometidos en su trabajo, a ninguno de los ocho hombres les hubiese extrañado el siguiente sonido. Y no les hubiese extrañado porque acaso pareciera sacado de la mente de cualquier escritor o novelista amigo de tópicos e imágenes comunes: a pesar de la luna llena, a lo lejos, encima de una pequeña colina, quizá su figura no se distinguía bien a simple vista, pero antes de que los sistemas de amplificación de imagen del equipo entrasen en juego, Tobías emitía el juicio:

-En efecto, dos de los machos de la manada de lobos, otilando.

Lo que era lo mismo que “aullando” o guarreando (verbo que se puede usar también para el gruñido del jabalí o el grito de cualquier otro animal, según dijo, en menos palabras, Tobías). Los datos eran claros, la manada la componían siete lobos. Era una de las presas más difíciles y aunque solo hacía un día que no comían –que supieran- y no eran del todo salvajes –todos salvo dos habían nacido en cautividad-, con los lobos uno nunca ha de fiarse. Quizá por eso Javier asignó a aquella colina, en previsión también de lo que faltaba por capturar, tres hombres. Los cinco restantes irían en dirección contraria, por donde Salva acababa de informar que le había parecido captar algo.

Diez minutos más tarde, el animal que tenían todos en mente en el grupo principal, el que Salva había declarado, con el apoyo de Tobías, haber escuchado, les hacía abrir los ojos, si cabe, el doble. Sólo faltaba resolver su asunto con los lobos, una pareja sobre la que ya creían estar y otro bicho más… ¿se podrían ir a la cama esa misma noche?. Javier, preocupado por sus hombres, iba a iniciar una silenciosa comunicación por texto con el subgrupo de los lobos, para preguntarles por su evolución cuando, elevando la cabeza que había bajado para rebuscar en el bolsillo delantero su intercomunicador, fue a dar con los ojos, abiertos como platos, mezcla de ilusión y temor, de Salva. Vio como éste, eléctricamente, apretaba el botón que le transmitía el sonido a Tobías, quien, sin poder remediarlo, gritó:

-¡La pareja de elefantes! Es el barrito de uno, sin duda. ¡Creo que está asustado…!
-¡A tres kilómetros y medio, y avanza rápidamente en dirección contraria a nosotros! -completó Salva
-¡Está huyendo, tras él! –gritó Javier
-¡Espera! –cortó Salva- Detecto otra forma en nuestras inmediaciones, posición sureste a un kilometro… movimiento… contrario al del primero… ¿qué hacemos?
-¡Eduardo, John, sois los más ligeros, tras el primero!¡Salva, apóyalos en el rastreo!¡Nosotros, Tobías, con Tor, a por la pareja!¡Vamos! –ordenó enérgicamente Javier.

Tres de los hombres salieron rápidamente en la dirección detectada. En ese preciso instante Javier recibió una relajante comunicación del subgrupo de los lobos:

“Todos los otilantes animalitos durmiendo y empaquetados para el centro, sin bajas ni heridos, hombres o bichos”.

La respuesta ordenó dejar a los lobos en el lugar previsto y volver cuanto antes a apoyar al recién creado subgrupo de Javier y Tobías que, según les decía, perseguían a uno de los elefantes.

Ahora les faltaba Salva, pero según él, el elefante al que perseguían estaba más cerca. Tor era más útil en la pelea que en el rastreo, aún así olisqueaba todo junto a lo que pasaban. Quince minutos después la selva había vuelto a quedarse en su particular silencio nocturno –que no es sino el sonido de la jungla de noche-. El subgrupo de los lobos, según el mapa digital de Javier, estaba ya a unos tres minutos de camino. Uno de ellos tenía una herramienta similar a la de Salva, de menor potencia, con la que podrían buscar al elefante que les burlaba. Fue entonces cuando Javier volvió a recibir otro mensaje de texto, siguiendo su protocolo, esta vez, de Salva:

“Según avanzamos hacia nuestro elefante descubrimos por el norte otra forma. Era su pareja. No huía de nosotros, iba a encontrase con ella. Ambos están a buen recaudo, hemos pedido transporte. No hay bajas ni lesiones, ni bichos ni hombres”.

Pero, entonces ¿qué había en sus inmediaciones?, el animal que Tobías y él estaban buscando a solas ¿no sería… el último, no sería… la pantera?. Javier y Tobías levantaron a la vez la cabeza del intercomunicador, tras leer el mensaje, mientras, sin quererlo, escucharon el sonido. Tobías confirmó:

-Quieto… Sí, es ella, la hemos escuchado himplar. Javier… ¿sabes que está detrás de nosotros, verdad?

El subgrupo de los lobos apretó la marcha, habían escuchado gritos y peticiones de paso ligero de su jefe. Cuando llegaron la sorpresa fue mayúscula. A la vista de Tobías, Javier, Tor, la pantera y lo que allí había sucedido, dos cayeron al suelo y el tercero gritó. Todo había acabado. Por fin podrían descansar. La pantera había saltado a por ellos. Tor, Javier y Tobías habían reaccionado de manera rápida e instintiva: el primero mordió y tiró de una de las patas traseras, impidiendo crucialmente el ataque del felino; Javier no llegó a evitar a Tor un zarpazo de la pantera (que, si bien no le hizo soltar a su presa, si que le hizo gañir, al pobre perro) pero sí, tras eso, a inmovilizar la cabeza del felino con sus brazos, mientras Tobías le había hincado un dardo sedante manual en la tripa, todo de manera simultánea.

Ninguna baja. Ningún herido. Bicho o humano.

viernes, diciembre 08, 2006

Ramón Gómez de la Serna

Don Ramón Gómez de la SernaSiguiendo con nuestras vidas de literatura, vidas que fijaron y lucieron el castellano, vamos con Ramón Gómez de la Serna. Es una figura fundamental de la Generación del 14, como Ortega y Gasset, Ramón J. Sender o el gran Juan Ramón. Hoy hablaremos de Ramón, a secas, como le gustaba que le llamasen. Nació en Madrid el 3 de Julio de 1888. Su infancia fue la del hijo de un reconocido jurista, sin problemas graves conocidos y con un fácilmente adivinable primer brote de su futura personalidad: positiva, inquieta –sobre todo-, alocada y espontánea, excéntrica cultivada, surrealista para el realismo de observar, deducir e imaginar escribiendo. Como él mismo escribiría años después,

el niño grita: "¡No vale!"... "¡Dos contra uno!", y no sabe que toda la vida es eso: dos contra uno,

porque:

son molestas las medicinas en cuyo prospecto nos llaman "adultos"

y:

cuando anuncian por el altavoz que se ha perdido un niño, siempre pienso que ese niño soy yo.

¡Vamos con Ramón y su obra!. El Novecentismo o Generación del 14 supuso uno de los primeros grupos importantes de artistas e intelectuales del siglo XX en España. Al contrario que la anterior generación (la del 98), volcada en España, sus problemas radicales e “intrahistorias”, Ramón, sus colegas del Café Pombo y sus contemporáneos, miran hacia Europa. Y así como Ortega encuentra a Kant o Heidegger, Ramón halla el surrealismo en Francia, siendo el máximo exponente con Valle-Inclán, primero de su entrada en España y, segundo, de su ejercicio en nuestro país desde entonces. El Novecentismo prepara el ejercicio de los llamados “ismos” a partir de la década de 1920, movimientos culturales y artísticos más o menos efímeros (salvo en contados casos) que buscan la innovación y la revolución en las formas de expresión artística. Es en esta época en la que, por ejemplo, se generaliza el plano gráfico en la literatura (con el uso de dibujos y disposiciones caprichosas de los versos de una poesía, pongamos por caso), en la que la modernidad y las máquinas protagonizan textos o en la que una obsesión por la innovación, partiendo de cero, hace cuestionar la existencia misma del arte y la literatura.

La tertulia del café de Pombo, de José Gutiérrez Solana (1920). Gómez de la Serna está de pie. Es el retrato prototípico del Novecentismo. Museo Nacional Reina Sofía, Madrid En ese revuelto contexto –y eso que no hemos hablado de la situación política-, Sigmund Freud abre la veda del “yo” interior, animando –consciente o inconscientemente- a su expresión, su liberación. Ramón recibe el mensaje alto y claro y, como todos, esclavo de su tiempo, quita las vallas de su mente, inventando la greguería. Quién sabe qué Dalí o qué Buñuel hubieran existido de faltar Ramón y su obra. Humor absurdo –surrealista, claro-, ora trascendental y de sonrisa con lágrima, ora caprichoso y prescindible, además de condensado. Así,

el libro es un pájaro con más de cien alas para volar,

o

el de los platillos espera, con uno en alto, la orden de la batuta para despertar a los que se han dormido,

e, incluso:

el lector, como la mujer, ama más a quien más lo ha engañado.

Seguro que ese carácter inconformista, excéntrico y ácido fue determinante para permitirle ser uno de los tres miembros no franceses de la Academia del Humor (con Charles Chaplin y el italiano Pitigrilli –Dino Segré-). El humor culto fue una constante en su vida y aunque escribió novelas (El Incongruente, La Nardo, El chalet de las rosas, El torero Caracho, etc.), teatro (Los medios seres, El doctor inverosímil) y biografías destacadas (Goya, Quevedo, Valle-Inclán, etc.), pasó a la Historia por sus greguerías, miles de pequeñas composiciones humorísticas (“desenfadadas”, cuando menos) o simplemente ingeniosas, asociando ideas, revelando surrealistas metáforas, como:

al calvo le sirve el peine para hacerse cosquillas paralelas,

o

el manco de los dos brazos se quedó en chaleco para toda la vida,

y

un jorobado parece un humorista que se burla de nosotros que no nos podemos burlar de él, porque seria innoble.

Tras la guerra civil, Ramón se exilia voluntariamente a Argentina. No fue muy activo políticamente, ni especialmente significado por su apoyo a ningún bando, aunque el hecho de que, sin razón aparente, saliese de España para no volver hasta su muerte más que esporádica y brevemente, hable bastante claro. No fue político. Como buen novecentista buscó el arte por el arte –actitud que injusta e insidiosamente denigrarían y aborrecerían los de la Generación del 27- y la política no era para él, creemos, más que otra fuente de amargura. Y es que, mientras sentenció que

el capitalista es un señor que al hablar con vosotros se queda con vuestras cerillas,

contrapuso que

los socialistas son los que sólo saben que son socialistas,

dejó claro que

cuando oigo decir "la tea de la revolución", me parece oír "la tía de la revolución",

y, con más razón que un santo, estableció que

un político con cara de foca es un político ideal.

Muere el 13 de Enero de 1963 en Buenos Aires. Diez días después sus restos llegan a Madrid donde es enterrado en el Panteón de hombres ilustres de la Sacramental de San Justo, junto a otro grande, enorme: Mariano José de Larra.

En el prólogo de la edición de 1960 a sus Greguerías, se ve a un anciano Ramón confesando y buscando un último reconocimiento, descubriendo mejor que nadie –lógicamente- la génesis del género… de su género:

Desde 1910 –hace cincuenta años– me dedico a la greguería, que nació aquel día de escepticismo y cansancio en que cogí todos los ingredientes de mi laboratorio, frasco por frasco, y los mezclé, surgiendo de su precipitado, depuración y disolución radical, la greguería. Desde entonces, la greguería es para mí la flor de todo lo que queda, lo que vive, lo que resiste más al descreimiento. La greguería ha sido perseguida, denigrada, y yo he llorado y reído por eso entremezcladamente, porque eso me ha dado pena y me ha hecho gracia. Cuando se publicaron por primera vez en los periódicos, muchos lectores se daban de baja. "¡Cámbielas de nombre'.", me decía el director; pero yo me negué terminantemente. Las cosas apelmazadas y trascendentales deben desaparecer, incluso la máxima, dura como una piedra, dura como los antiguos rencores contra la vida. El encuentro con la greguería fue lo que me trajo la suerte. Gracias a las Greguerías he vivido, he conferenciado, he viajado, he tenido contraseña universal.

En realidad, me dedico a la greguería desde mi niñez, y al ama de cría ya le lanzaba greguerías. (…)

La cosa sucedió en el piso primero derecha de la casa número 11 de la calle de la Puebla, en la villa y corte de Madrid. Era un día aplastado por una tormenta de verano. Tenía hinchada la frente. Me asomaba al balcón y volvía a meterme dentro y a sentarme. Vivía aún don Jacinto Octavio Picón –secretario perpetuo de la Academia–, y yo estaba harto de don Jacinto Octavio Picón. Sobre mi mesa, las tijeras, abiertas como cuando los pelícanos abren el pico a los días de calor, estorbaban la idea. Las cerré. Por fin, en una última llamada del balcón, dándome un golpe contra la esquina del diván al salir a buscar lo que estaba entre cielo y tierra, encontré la invención de la "greguería". Sí... Yo quería decir, yo había pensado... recordando el Arno en Florencia... frente a aquella pensión en que habité... que... la orilla de allá... Sí, la orilla de allá quería estar a la orilla de acá... Eso, ese deseo inaudito pero real... Esa perturbación de la estabilidad de las orillas, ¿qué era?... Era... "una greguería", y me acordé de "esa" palabra que no sabía bien lo que significaba y fui al diccionario para ver lo que era...

Y ya siempre greguería será una cosa insustituible, de tal modo que si no se llama "greguería", será inútil que luche por ser "greguería", y además, los demás denunciarán al contrabandista y pronunciarán la palabra "greguería". He ahí un fenómeno y un misterio.

viernes, diciembre 01, 2006

“Charnegos”, “euscaldunas” y nada

Más por desgracia que por suerte, la lengua se mete en todos los lados. Y esto, entendiendo la lengua como sistema de comunicación y no como otra cosa, hace difícil centrar la labor de su estudio a un campo exclusivamente filológico o gramatical. Con ello, afortunadamente, este blog es un ejemplo. Sin querer, si hablamos de vocablos de origen árabe en castellano y tenemos algo más –poco más- que serrín en la cabeza, hemos de denunciar el mito existente a su alrededor. Si informamos de la falta de sentido de la expresiónviolencia de género”, buscando la razón de su extendido uso, damos, descuidados, con culpables políticos. Si queremos tratar someramente la figura de Mariano José de Larra, observamos tristes los paralelismos de los males nacionales que él denuncia con la actualidad. Y podríamos –ahora sí- por suerte o desgracia, seguir y seguir. La falta de serrín y la existencia de materia gris –leve- nos hace hoy, en fin, diferenciar las naturalezas de los nacionalismos españoles por alguna leve pincelada con vocablos de actualidad. A ello.

De manera general, en España, se tiende, en el discurso político de algunos de los ciudadanos declarados “de centro”, a la identificación de los tipos de nacionalismo existentes hoy en el país, con la siguiente coletilla: “todos los nacionalismos son malos/excluyentes/iguales”. También es el caso del discurso poco riguroso de sectores con marcada actividad política. Lo que sigue, un ejemplo, está sacado de “Rojo y Negro digital”, la versión electrónica de la revista de la Confederación General del Trabajo:


(…)es de nuevo la voz que reclama democracia sofocada y ninguneada por el supuesto debate “nacionalitario” en el que los nacionalismos periféricos y central mutuamente interactivan, se alimentan en una falsa dialéctica de contrarios donde los intereses sociales, expectativas y anhelos democráticos se ven sofocados, ninguneados…


Es decir, de manera generalizada, en nuestro país –España-, se ha extendido la “costumbre” de reunir en el mismo saco a los nacionalismos periféricos y al español, haciéndoles adolecer de los mismos males, en muchos discursos “de base”, “por definición”. Y ahora empezamos con lo que nos gusta: con motivo de la reciente elección de José Montilla como Presidente de la Generalidad catalana, la palabra “charnego” ha ocupado y abierto titulares e informativos, revistas y boletines. Con un medio en el catalán “xarnego”, esta palabra proviene de “lucharniego” y, antes, de “nocherniego” –hoy castellano actual-, por el que anda/andaba, supuestamente, de noche. La palabra catalana es usada, en la mayoría de las ocasiones de manera despectiva o, cuando menos, diferenciadora, para calificar a los catalanes no nacidos en Cataluña. Como dato, añado que “charnego” entra en el DRAE, como español, en la edición de 1983.

Por otro lado, en el País Vasco, el nombre común “euscalduna” –lo damos castellanizado- es utilizado también para separar personas, clasificando a aquellas que hablan el vascuence; en principio no tiene un carácter tan despectivo como “charnego”, pero en la práctica diaria, se utiliza como arma vocal, que lo he vivido. Hasta donde sé, no conozco ninguna palabra en gallego asimilable a la conducta que hace usar estas dos anteriores; como en español. Escrito del flamante Presidente “charnego” de Cataluña, en el diario El País, del 14 de Julio de 2003, metiendo todos los nacionalismos en el mismo saco:

José Montilla
(…)Frente al patriotismo se alza normalmente otro patriotismo de distinto signo, como lo demuestra la retroalimentación de los discursos que oímos día sí y otro también de los dirigentes de los nacionalismos periféricos o los dirigentes del rancio nacionalismo español. En estos discursos de confrontación, ambos encuentran un lugar común para enfrentarse. Se huye del diálogo y del compromiso. Se busca la confrontación para jalear a los partidarios de unos y otros…


Diferenciemos en nuestro campo, pues. El castellano actual no tiene nombre o adjetivo para el español nacido fuera de España
–cuando uno se convierte en español, lo es, sin atender a su sangre-, como no tiene palabra para el que no hable español. Observando objetivamente la Historia, las razones de la forma de pensar que hace que una parte de un pueblo se sienta cómoda incorporando a su vocabulario fórmulas de distinción gratuitas y artificiales tienen origen en la política llevada a cabo por una minoría. Estos, aprovechando las debilidades de la Constitución de 1978 y recogiendo la joven corriente interrumpida por el franquismo, vampirizan la política española, coartando su natural orientación nacional y convirtiendo en Ministro de la nación –primero- y Presidente de una Comunidad –después- a un hombre sin estudios superiores, aún sospechoso en un escándalo que mezcla tratos de favor de una entidad financiera con políticas gubernamentales de absorción de empresas energéticas.

No se nos escapa que nuestra herramienta –la lengua- se mete por todos los recovecos, pero no siempre sirve para analizar en profundidad. Hemos visto un indicio que nos ha cuadrado con la Historia y así lo hemos plasmado, pero sólo la política puede hablar con soltura de política y ahí, de momento, me pierdo. Las dos palabras (charnego y euscalduna) son testigos de la forma de ser del verdadero nacionalismo pernicioso: el que odia lo de fuera, el que está permanentemente enfrentado al exterior –en el caso catalán/español y vasco/español, el exterior inmediato-.

Se puede argumentar –con parte de razón- que, en mayor o menor medida, todos los idiomas tienen calificativos más o menos despectivos para algo de lo de fuera. Se me viene a la cabeza el sustantivo “gabacho”, para denominar a los franceses. No nos meteremos en la observación de los actos, a lo largo de la Historia, dedicados a España –incluida Cataluña y País Vasco- por parte de los vecinos del Norte; solo nos quedamos con un dato: las malas relaciones humanas se dan y el lenguaje responde, pero la diferencia entre una actitud y otra es, simplemente, calificar a un grupo de gente de manera despectiva (“gabacho”) o denominar de manera peyorativa… al resto del mundo.

Catalán, vasco y castellano; “charnego”, “euscaldún” y nada.